La cuaresma llega siempre cargada de toda clase de actividades, de actos, de pregones, de reuniones y tertulias. Apenas termina la Navidad se llenan las casas de Hermandad de cofrades, las calles de ensayos costaleros y las capillas de cultos. La primavera de las hermandades llega en las inmediaciones de la Cuaresma. Pero como toda flor….¿cuales son sus frutos? ¿Qué pasa tras la “floración” cofrade en Cuaresma? ¿Qué ocurre trascurrida la Pascua?
Durante el año, cuando veo cultos mensuales en casi todas las Hermandades después de Cuaresma y hasta Cuaresma, a los que falta tanta gente de la Hermandad, tanta gente que acude a casi todo y acude poco a los cultos y a las actividades de piedad y formación, que apenas acuden ante sus titulares durante el año para orar ante sus imagenes y meditar su advocación, me pregunto…..
¿Qué buscan en la Cofradía? ¿Qué buscamos haciéndonos cofrades? ¿Qué esperamos de nuestra Hermandad? Y es una duda que, sinceramente, me produce angustia y preocupación. Porque, veo mi parte de culpa y la de todos los que tenemos alguna responsabilidad en la “Semana Santa” en todo esto. ¿Porque tanta gente se queda en lo externo cuando los que sentimos lo trascendente no lo cambiaríamos por nada? ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué no sabemos trasmitir a los demás esta experiencia?
Es cierto que a menudo las circunstancias personales mandan. Que tienes los niños pequeños, familiares enfermos, horarios del trabajo, que te impiden acercarte a la Hermandad todo lo que te gustaría. También es verdad que son muchos en la vida cofrade que además de la Cofradía pertenecen a otros grupos parroquiales o a movimientos eclesiales en los que viven esa experiencia del compromiso cristiano. Familias que tienen a sus hijos en catequesis de comunión o confirmación en otras iglesias, que están en grupos de matrimonios en otras parroquias, que viven su fe en grupos y movimientos seglares, que acuden a la misa y a los actos del colegio de sus hijos… Su vida ya está llena de ese compromiso y en la Cofradía encuentran un plus más a todo eso que viven.
No es a ellos a quien me refiero, pues las Cofradías no pueden, ni deben, suplantar la vida eclesial de otras comunidades, sino ser una más. La propia idiosincrasia de las Hermandades permite que se pueda vivir la experiencia de la fe solamente en ellas, o en ellas y otros lugares a la vez. Mi preocupación no es esta. Cada uno vive su fe donde Dios le llama a vivirla.
Mi preocupación está en aquellos hermanos cofrades que no viven ni una ni la otra cosa. Que se dedican a ir al ensayo de su cuadrilla o de su banda, que se dedican a aparecer por la Junta de Gobierno, por la reunión tal o el encuentro cual, por la Casa de Hermandad determinados días y a acudir por supuesto el día de la estación de penitencia y a algún que otro culto y ya está. Y aquí acaba su vida cofrade y su participación cristiana activa en la comunidad creyente.
Ante esto debemos reflexionar todos y asumir nuestro compromiso personal.
EL APOSTOLADO: UN MANDAMIENTO DE AMOR.
"Me ha venido a la cabeza una reflexión que probablemente se relaciona con la proximidad de mi visita a Inglaterra. Es de un autor inglés -me parece que del Cardenal Newman, pero no estoy seguro- que, al contemplar como Londres, una ciudad inmensa, se iba descristianizando y secularizando como tantas grandes ciudades, oraba de este modo al Señor: dame diez santos y cambiaré esta ciudad.
Habéis hablado mucho de la mala situación espiritual de vuestros contemporáneos, que se muestran indiferentes, desinteresados, sin inquietud por los problemas espirituales, religiosos y éticos: que encaran su vida con superficialidad. (...)
La respuesta que podéis dar -y que ya dais- es la que se expresa en esa oración: dame diez santos y cambiaré esta ciudad.
Es lo que se enseña en la parábola del fermento y la masa: el fermento cambia la masa, la hace creer y convertirse en pan.” (Juan Pablo II, Palabras informales en el Patio de San Dámaso, Ciudad del Vaticano, a los participantes en el Univ-82)
Así es. Tenemos que ser fermento en la masa de nuestras hermandades. Debemos ser la levadura que lo transforme todo en pan. Cuantas veces vemos a personas que tiran del carro y acercan almas a Dios. ¿Qué nos pasa que no nos atrevemos a ofrecer a los que más queremos la dicha que nosotros ya vivimos? ¿Por qué no tiramos todos del carro del amor a Cristo y a los demás? ¿Porqué puede más lo que llamamos “respeto humano” que la necesidad de trasmitir nuestra fe? La realidad de aquellos que en nuestros propios estatutos llamamos cofrades “no activos” o asociados es algo que nos debe mover a todos en un mismo sentido.
El apostolado es una realidad importantísima en el mundo cofrade porque un aspecto fundamental del culto público es la de llevar a Cristo y el Evangelio a “la calle”, a los “alejados y apartados”, a los que no han conocido con intensidad la Palabra de Dios. Y esta dimensión de la Estación de Penitencia debemos trasladarla al día a día, al “tú a tú”. Si importante es anunciar a Cristo por las calles, más importante es acercar la experiencia renovadora del Evangelio a nuestros hermanos de la Cofradía.
Y esto no es más que comunicar a los demás la experiencia de la vida en Cristo. Que sientan la experiencia del encuentro con Jesús en la oración, de la fuerza que proporciona Dios en los sacramentos, de la Caridad cristiana, de la necesidad de acudir a los medios de formación.
San Juan Bosco decía que “aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres. Muéstrate siempre alegre, pero que tu sonrisa sea sincera.” Ese es el primer signo del apóstol. La sonrisa sincera del que está lleno de Dios. El apostolado comienza y termina en el amor al otro. Al hermano se le comunica la dicha del encuentro con Dios porque se le quiere. Y esto tiene que surgir de la mirada cálida, del encuentro sereno y de la sonrisa tierna. Que daño hacemos al apostolado con los reproches, la indiferencia o las malas caras. “La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría” (SANTO TOMÁS, Suma Teológica). "Cuando ayuneis, no pongais cara triste como los hipócritas, que desfiguran su cara para que los hombres vean que ayunan" (Mt 6,16)
Decía Juan Pablo II en su V visita a España: “El apóstol habla con la caridad de Cristo: sugiere y propone, no dicta ni pretende imponer: sabe conjugar la fe y la convicción con el respeto al otro; la humildad con la confianza en Dios. La verdad se propone, no se impone”
Por eso la Cuaresma es también tiempo de apostolado. Debemos en cuaresma acercarnos al hermano para hablarle de nuestra experiencia. Debemos frecuentar los sacramentos y animar a los que tenemos a nuestro alrededor a que también acudan a la Confesión y a la Eucaristía en este tiempo.
Es tiempo de ayuno y abstinencia de tantas cosas que son excesos y “piedras” en nuestro camino a la santidad.
Y sobre todo es tiempo de Caridad, de dar “nuestra mejor limosna” al más necesitado. Y el amor, que debe ser nuestro principal objetivo en la vida, debe comenzar por enseñar y acercar al hermano al mayor de los tesoros que tenemos: El de la vida en la fe.
Es tiempo de sacar nuestra mejor sonrisa. De que los demás descubran en nosotros la alegría del que se siente amado por Dios. Y ese puede ser el mejor de los apostolados. Porque la alegría es el signo visible de que estamos cerca del Señor. Sonreir es amar. Es llevar esperanza al otro. Es transmitir paz. Es portar a Dios, y es signo evidente de Dios en nosotros.
No dejemos esta responsabilidad exclusivamente en los vocales de formación o de cultos o en los Hermanos Mayores. Todos somos apóstoles. Todos estamos llamados a trasmitir nuestra alegría de Hijos de Dios. Todos somos Cuerpo de Cristo y todos hemos recibido el mandamiento del apostolado: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mateo, 28, 19-20).
Sonríe, Dios está con nosotros.
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