domingo, 10 de marzo de 2013

Siempre en nuestro corazón, Benedicto


Tras la renuncia del ya Papa Emerito Benedicto XVI, que se hizo efectiva el pasado día 28 de Febrero, y ahora que en apenas dos días comenzará el cónclave que elegirá al nuevo Sumo Pontífice que regirá nuestra Iglesia, quiero traer a esta entrada parte del texto que publiqué en la Cuaresma de 2007 en la revista Gólgota y que hacía referencia a la elección de Joseph Ratzinger como Papa y a su primera encíclica acontecida apenas 24 meses después. Sirva como homenaje a nuestro querido Papa Benedicto XVI y meditación para la nueva elección que está por llegar:



Del artículo de Gólgota: DIOS ES AMOR
 Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,Dominum Josephum....” 

El día 19 de Abril de 2005 el cardenal protodiácono, el chileno Jorge Arturo Medina Estévez, comenzaba con estas palabras a revelar al mundo quien era el nuevo Papa, quien era aquel que iba a relevar al que ya muchos llamaban como Juan Pablo II el Grande.
Se había asomado, precedido de la cruz al Balcón de la Bendiciones que preside la Plaza de San Pedro del Vaticano, y al proclamar el nombre de José (“Josephum”), todos ya sabíamos que el nuevo Papa era el cardenal Ratzinger. Y así prosiguió el protodiácono, declamando la identidad completa de aquel que había dejado de ser “Eminencia” para ser “Su Santidad”: 
Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuit Benedictum XVI

La mayoría de los medios de comunicación, parte del mundo y hasta determinados sectores de la Iglesia recibieron la noticia con cierta frialdad y cautela. Ciertos profesionales de la Información nos habían estado vendiendo la imagen de un Cardenal Ratzinger que venía a ser el nuevo Gran Inquisidor. Teníamos hasta este momento la imagen de un Cardenal duro, frío, intransigente. O al menos eso era lo que nos habían hecho creer. Era lo que creíamos más por lo que nos habían dicho, que por lo que sabíamos por nosotros mismos.
Hablé poco después con el sacerdote que me casó, con mi amigo Juan Carlos Navarro y me dijo que él creía que sería un buen Papa y que además sería un Papa que aguardaba grandes y gratificantes sorpresas para la cristiandad.
Y tengo que reconocer que a partir de esa conversión de José Ratzinger en Benedicto XVI todo fueron sorpresas….. y buenas.
El lobo que nos habían vendido, se había convertido en el pastor de los cristianos. Los titulares de la prensa, al ver sus primeras apariciones, y sus primeras declaraciones ahora decían “El que llamaban rottweiler ha resultado ser un buen Pastor Alemán”.   
Salvo determinados sectores poco favorables con la Iglesia, todos empezaron a ver en ese rostro tímido que se asomó sobre el todavía tapiz pontifical de Juan Pablo II el 19 de Abril, un papa bueno, lleno de bondades y con ilusión por hacer la Voluntad de Dios.
Los ojos cansados, pero ilusionados, tímidos, pero llenos de fuerza del Espíritu que nos miraban con agradecimiento, humildad y sencillez desde la loggia del Vaticano aquella tarde, nada tenían que ver con los ojos que nos habían vendido.
Muchos amigos de diversas cofradías me llamaron esa tarde para intercambiar opiniones, y con todos hablamos de “esperar”, de dejar que siguiera soplando el Espíritu Santo, como acabada de hacerlo en la elección de un Papa que nos daba una primera sorpresa al elegir un nombre asociado, como era el caso de su antecesor Benedicto XV, a la lucha por la paz y la conciliación de los pueblos.  
Su anterior cargo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había dado una imagen del ahora Papa Benedicto XVI de hombre severo, atento a cuestiones meramente doctrinales, y encargado de la ortodoxia de la fe y de la teología, pero que en cuanto hablábamos con personas de Iglesia que habían leído sus escritos y libros y habían seguido su trayectoria personal y pastoral nos hablaban de una de la mentes intelectuales más prodigiosas de nuestro tiempo, uno de los grandes pensadores de la actualidad. Y al verlo salir a ese balcón, con un rostro que reflejaba ese deseo de dar lo mejor de sí mismo para llevar la Voluntad de Dios en medio de la Iglesia. Al ver esas manos, faltas de experiencia en el saludo, que se alzaban llenas de ilusión dando gracias y bendiciendo, al ver esos ojos llenos de sencillez y al escuchar sus primeras palabras llenas de humildad y de amor de Dios, vimos como se nos caían muchos prejuicios y además de un gran intelectual encontrábamos un hombre con un buen corazón y lleno de Cristo.


El gran regalo que nos ha dado Benedicto XVI en estos apenas 24 meses de Pontificado, ha sido la encíclica “Dios es Amor

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