Tras la renuncia del ya Papa Emerito Benedicto XVI, que se hizo efectiva el pasado día 28 de Febrero, y ahora que en apenas dos días comenzará el cónclave que elegirá al nuevo Sumo Pontífice que regirá nuestra Iglesia, quiero traer a esta entrada parte del texto que publiqué en la Cuaresma de 2007 en la revista Gólgota y que hacía referencia a la elección de Joseph Ratzinger como Papa y a su primera encíclica acontecida apenas 24 meses después. Sirva como homenaje a nuestro querido Papa Benedicto XVI y meditación para la nueva elección que está por llegar:
Del artículo de Gólgota: DIOS
ES AMOR
“Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam:
Eminentissimum ac Reverendissimum
Dominum,Dominum Josephum....”
El día 19 de Abril de 2005 el cardenal protodiácono, el
chileno Jorge Arturo Medina Estévez, comenzaba con estas palabras a revelar al
mundo quien era el nuevo Papa, quien era aquel que iba a relevar al que ya
muchos llamaban como Juan Pablo II el Grande.
Se había asomado, precedido de la cruz al Balcón de la Bendiciones que
preside la Plaza
de San Pedro del Vaticano, y al proclamar el nombre de José (“Josephum”), todos
ya sabíamos que el nuevo Papa era el cardenal Ratzinger. Y así prosiguió el
protodiácono, declamando la identidad completa de aquel que había dejado de ser
“Eminencia” para ser “Su Santidad”:
Sanctae
Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuit Benedictum XVI
La mayoría de
los medios de comunicación, parte del mundo y hasta determinados sectores de la Iglesia recibieron la
noticia con cierta frialdad y cautela. Ciertos profesionales de la Información nos habían
estado vendiendo la imagen de un Cardenal Ratzinger que venía a ser el nuevo
Gran Inquisidor. Teníamos hasta este momento la imagen de un Cardenal duro,
frío, intransigente. O al menos eso era lo que nos habían hecho creer. Era lo
que creíamos más por lo que nos habían dicho, que por lo que sabíamos por
nosotros mismos.
Hablé poco
después con el sacerdote que me casó, con mi amigo Juan Carlos Navarro y me
dijo que él creía que sería un buen Papa y que además sería un Papa que
aguardaba grandes y gratificantes sorpresas para la cristiandad.
Y tengo que
reconocer que a partir de esa conversión de José Ratzinger en Benedicto XVI
todo fueron sorpresas….. y buenas.
El lobo que
nos habían vendido, se había convertido en el pastor de los cristianos. Los
titulares de la prensa, al ver sus primeras apariciones, y sus primeras
declaraciones ahora decían “El que llamaban rottweiler ha resultado ser un buen
Pastor Alemán”.
Salvo
determinados sectores poco favorables con la Iglesia, todos empezaron a ver en ese rostro
tímido que se asomó sobre el todavía tapiz pontifical de Juan Pablo II el 19 de
Abril, un papa bueno, lleno de bondades y con ilusión por hacer la Voluntad de Dios.
Los ojos
cansados, pero ilusionados, tímidos, pero llenos de fuerza del Espíritu que nos
miraban con agradecimiento, humildad y sencillez desde la loggia del Vaticano
aquella tarde, nada tenían que ver con los ojos que nos habían vendido.
Muchos amigos
de diversas cofradías me llamaron esa tarde para intercambiar opiniones, y con todos
hablamos de “esperar”, de dejar que siguiera soplando el Espíritu Santo, como
acabada de hacerlo en la elección de un Papa que nos daba una primera sorpresa
al elegir un nombre asociado, como era el caso de su antecesor Benedicto XV, a
la lucha por la paz y la conciliación de los pueblos.
Su anterior cargo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había dado una imagen del
ahora Papa Benedicto XVI de hombre severo, atento a cuestiones meramente
doctrinales, y encargado de la ortodoxia de la fe y de la teología, pero que en
cuanto hablábamos con personas de Iglesia que habían leído sus escritos y
libros y habían seguido su trayectoria personal y pastoral nos hablaban de una
de la mentes intelectuales más prodigiosas de nuestro tiempo, uno de los
grandes pensadores de la actualidad. Y al verlo salir a ese balcón, con un
rostro que reflejaba ese deseo de dar lo mejor de sí mismo para llevar la Voluntad de Dios en medio
de la Iglesia. Al
ver esas manos, faltas de experiencia en el saludo, que se alzaban llenas de
ilusión dando gracias y bendiciendo, al ver esos ojos llenos de sencillez y al
escuchar sus primeras palabras llenas de humildad y de amor de Dios, vimos como
se nos caían muchos prejuicios y además de un gran intelectual encontrábamos un
hombre con un buen corazón y lleno de Cristo.
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