Por medio de la triple oración de su agonía Jesús quiso manifestar,
con su tristeza de muerte delante del pecado del mundo, la víspera del
viernes, antes del comienzo de su pasión externa, la disposición
santísima de esta humanidad, su ofrenda como víctima (verbalizada ya en
la cena) por los pecadores. Aunque experimentaba un horror natural
respecto de los sufrimientos, los suplicios y de una muerte sangrienta,
se ofrecía en un acto de libre y voluntaria obediencia a la voluntad
salvífica del Padre para consumar la obra de la Redención. Fue en ese
momento que – según el Evangelio Según San Lucas – el Ángel Consolador
se apareció a Jesús para fortalecerlo (22, 43). Proponiéndole
consideraciones que podían aminorare su tristeza y fortalecer las
potencias inferiores de su alma, el Ángel, observa Suárez, no enseñó a
Cristo como un maestro que ilumina a un discípulo. Cristo no ignoraba
los pensamientos propuestos por el Ángel, pero su razón superior los
tomaba en consideración sin permitir a sus potencias inferiores recibir
consolación alguna; el Ángel se le apareció de un manera sensible,
humana, y le habó exteriormente.
Cristo quiso recibir este consuelo como un don del Padre, lo recibió con gratitud, respecto y humildad.
Este consuelo no tenía por única finalidad o por efecto dispensarlo
de sufrir por la salvación del mundo, sino, por el contrario, de
ayudarlo. Bien lo muestra el Evangelio de Lucas, según el cual la
aparición consoladora es seguida por la “agonía” una oración más intensa
y por el sudor de sangre. Más profundamente, este consuelo no
significaba que Cristo hubiese tenido necesidad del auxilio angélico –
el Creador de los Ángeles podía hacer descender del cielo doce legiones
de Ángeles (Mt. 26, 53) sino que le pareció necesario ser fortificado
con miras a nuestra consolación, de la misma manera que estuvo triste
por nuestra causa – propter nos tristis, propter nos confortatus - dice
Beda el Venerable, seguido por San Buenaventura. Al aceptar este
consuelo por nosotros, y en nuestro nombre, Jesús mostraba la realidad
de su humanidad y de la debilidad humana que le reconocía la Epístola a
los Hebreos. En la aceptación, por nosotros y a favor nuestro, del
consuelo angélico, Jesús significaba anticipadamente que aceptaría para
consolarnos nuestros consuelos. No sólo nos hacía merecedores de
poderlo consolar sino, también por generosidad respecto de nosotros,
hacer de nosotros sus consoladores para consolarnos en nuestros momentos
de desolación.
Al orar por sí mismo, Jesús agonizante manifestaba la voluntad
salvífica del Padre respecto de nosotros. “No mi voluntad, mi voluntad
espontánea de no morir sino tu voluntad sobre mi voluntad por la
salvación del mundo”. Podemos decir, pues, con Santo Tomás de Aquino que
su oración por sí mismo era también oración por los otros; y el santo
agrega: “todo hombre que pide a Dios un bien para emplearlo en beneficio
de los otros no oran sólo por sí mismos, sino también por los demás”.
La voluntad de Cristo de ser consolado es por tanto, voluntad
consoladora, lejos de ser signo de egoísmo. Con el fin de consolarnos
en Él, quiere ser consolado por nosotros. Para fortalecernos quiso ser
fortalecido por un Ángel.
Bertrand de Margerie S.J.
Dedicado a Françoise Devaux Patel
Tomado de Histoire doctrinal du culte au Coeur de Jesús
Editorial MAME
Tomado de Histoire doctrinal du culte au Coeur de Jesús
Editorial MAME
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
Para ACI Prensa
Para ACI Prensa
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