sábado, 30 de marzo de 2013
Meditación para el Sábado Santo: La Soledad de María.
"Anegada en dolor, está María junto a la Cruz. Y Juan, con Ella. Pero se hace tarde, y los judíos instan para que se quite al Señor de allí.
Después de haber obtenido de Pilatos el permiso que la ley romana exige para sepultar a los condenados, llega al Calvario un senador llamado José, varón virtuoso y justo, oriundo de Arimatea. El no ha consentido en la condena, ni en lo que los otros han ejecutado. Al contrario, es de los que esperan en el reino de Dios (Lc XXIII,50-51). Con él viene también Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, y trae consigo una confección de mirra y áloe, cosa de cien libras (Ioh XIX,39).
Ellos no eran conocidos públicamente como discípulos del Maestro; no se habían hallado en los grandes milagros, ni le acompañaron en su entrada triunfal en Jerusalén. Ahora, en el momento malo, cuando los demás han huido, no temen dar la cara por su Señor.
Entre los dos toman el cuerpo de Jesús y lo dejan en brazos de su Santísima Madre. Se renueva el dolor de María.
—¿A dónde se fue tu amado, oh la más hermosa de las mujeres? ¿A dónde se marchó el que tú quieres, y le buscaremos contigo? (Cant V,17).
Nuestra Madre —desde la embajada del Angel, hasta su agonía al pie de la Cruz— no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús.
Acude a María con tierna devoción de hijo, y Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación que deseas."
San Josemaría. Vía Crucis
"Sin esposo, porque estaba
José de la muerte preso;
Sin Padre, porque se esconde;
Sin Hijo, porque está muerto;
Sin luz, porque llora el sol;
Sin voz, porque muere el Verbo;
Sin alma, ausente la suya;
Sin cuerpo, enterrando el Cuerpo;
Sin tierra, que todo es sangre;
Sin aire, que todo es fuego;
Sin fuego, que todo es agua;
Sin agua, que todo es hielo;
Con la mayor soledad
Que humanos pechos vieron;
Pechos que hubiesen criado,
Aunque virginales pechos.
A la cruz, de quien pendía
Un rojo y sangriento lienzo,
Con que bajó de sus brazos
Cristo sin alma, y Dios muerto:
La sola del sol difunto
Dice con divino esfuerzo,
Estas quejas lastimosas
Y estos piadosos requiebros.
¡Oh Teatro victorioso!
Donde el Capitán eterno,
Por dar a los hombres vida,
Venció a la muerte muriendo.
Lope de Vega.
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