“Y dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén. (…) Mientras Él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas. Al acercarse y ver la ciudad de Jerusalén (de frente), (Jesús) lloró por ella diciendo: Si también tu reconocieras en este día este mensaje de Paz.”
Jesús se aproxima hasta Jerusalén desde Betania por el camino que cruza el monte de los olivos. Allí, a aquel lugar, volverá cada día hasta el momento de su prendimiento para encontrarse con el Padre, a través de la oración sosegada, y frente a la ciudad que lo llevará a la cruz. En aquel monte predicará y allí ascenderá a los cielos cuarenta días después de su resurrección.
Sus discípulos lo guian en una borriquilla camino de la Ciudad Santa y la gente le sale al encuentro con ramos de olivo y palmas aclamando a su Mesías. En el descenso del monte, Cristo se encuentra cara a cara con Jerusalen. Un montón de sensaciones pasan por ÉL. Se mezcla la alegría de llegar a la Ciudad Prometida para celebrar la Pascua, con el desazón ante la pasión.
Jesús mira de frente la ciudad e identifica en ella todos los sitios y lugares por los que pasará en esos días. Y allí localiza el estanque de Betesda, donde curará en sábado a un paralítico, y localiza el templo donde predicará y escuchará las escrituras. Emocionado ve el Aposento Alto donde estará el Cenáculo en el que instituirá la Eucaristía y el palacio de Herodes donde será llevado. Y mira la muralla, todas las casas y todas las calles por las que caminará.
Y observa la Torre Antonia y el pretorio donde será acusado, condenado, y azotado por orden de Poncio Pilatos, y la Via Dolorosa por donde ascenderá al Gólgota cargado con la cruz, y atisba el Calvario donde será crucificado, muerto y sepultado, y donde resucitará al tercer día. Y su espíritu se impregna de todos los ojos que lo mirarán, todos los corazones que lo escucharán, todas las almas que estarán a su lado, y llora. No por Él sino por nosotros.
Dominus Flevit. Jesús llora por amor mirando de frente su pasión. Se encuentra frente a su pasión, frente a los lugares en los que pasará los días que preceden a su muerte, frente a los momentos que vivirá para traernos la Redención.
Así es Granada estos dias que se avecinan. Una mirada de frente, apasionada y llena de amor y sentimiento a la Pasión de Nuestro Señor. Porque nadie duda de que Granada se transforma en estos días, en la misma Jerusalén, donde el propio Cristo predica, ama, padece, muere y resucita en sus calles. Donde nosotros localizamos también el Cenáculo, el Monte de los Olivos, el pretorio, la Via Dolorosa y el Calvario en clave granadina.
Y a semejanza de Cristo desde el Monte de los Olivos, miraremos de frente a esta Ciudad Santa que es Granada, como se mira la colina del Albaicín desde la Alcazaba alhambreña, y con amor, con mucho amor y pasión, viviremos con sentimientos inflamados la pasión, muerte y resurrección de nuestro Dios en esta ciudad que conmemora la Redención con todo el amor de hijos que podemos dar.
Que Cristo nos transforme desde su cruz, como el pabilo encendido transforma la cera, como el incienso se quema en el carbón, como la flor embriaga los sentidos, como el paso del costalero se convierte en oración, como la luz muere ante Cristo el Jueves Santo, como un cornetín lloroso convierte en silencio Granada, como nuestros corazones mueven el aire de nuestra ciudad en un único sentido durante estos días.
Es tiempo de oración. Tiempo de acercarnos a Cristo maltratado, tiempo de ver la muerte de Dios de frente, con la esperanza puesta en Él, porque nada puede con la Vida.
Tiempo de ilusiones, de anhelos, de sentimientos guardados, de guardados sentidos, de amor que rebosa Evangelio, de Evangelio que sale a calle con faldón de terciopelo, con túnica de fe ceñida, con lágrima de caridad sentida, con paso corto pero firme, hacia la esperanza debida.
Tiempo de Cristo en la calle.
Porque.....¡Ay! Si Cristo estuviera más tiempo en la calle, en nuestras miradas y en nuestros corazones. Si siempre fuera Semana Santa, Evangelio en nuestra alma.....cuan distinto sería todo.
Nota: Las imágenes las he tomado prestadas de diversas webs de internet. Ruego perdonen mi descaro. Todo sea por la causa.
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