martes, 26 de abril de 2011

BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

El auténtico acontecimiento de esta semana (no se dejen engañar por bodas de marketing y "partidos del siglo"), es sin duda alguna la beatificación de Juan Pablo II el próximo día 1 de Mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por Benedicto XVI.

Muchos somos los que no podremos olvidar la fecha del 2 de Abril de 2005, cuando Juan Pablo II se abrazó definitivamente con el Padre celestial, con su Jesús de la Misericordia, o de la Divina Misericordia, al que tanta devoción tenía.

Recuerdo aquellas horas en las que ya todos esperábamos lo peor, y en las que la gente se agolpaba en la Plaza de San Pedro acompañando a este Papa amigo en su pasión particular.

Recuerdo que andabamos cerca de Plaza Nueva, y que al enterarnos acudimos a la Catedral de Granada, por si la abrían y se hacía algún tipo de oración o plegaria. No fuimos los únicos. Muchos fieles se acercaron y se encontraron, como nosotros, la puerta cerrada. Esperamos por los alrededores, pero al final acabamos cada uno en nuestra casa con nuestra oración interior y pegados al televisor empapandonos llenos de amargura de todo lo que rodeaba a la muerte de "nuestro Papa".

Y es que, como he comentado con mucha gente, Juan Pablo II había sido siempre "nuestro Papa". Lo era en primer lugar porque prácticamente no habíamos conocido a otro. Alcanzó su pontificado en 1978 (cuando nació mi mujer y mi hermano), y cuando yo contaba con 5 años, o sea, que desde que tuve conciencia como miembro de la Iglesia, él había sido su cabeza. 27 años de Sumo Pontífice.

Pero además era también "nuestro Papa", por su cercanía, porque vivimos nuestra juventud con su mirada alegre que nos hacía muy cercanos la figura del sucesor de Pedro. Porque con su forma de llegar a la Iglesia militante, y muy especialmente a los jóvenes, descubríamos la mano del Viario de Cristo en la tierra, y a toda la Iglesia de una forma muy próxima.

Era "nuestro Papa", porque sabía cómo decirnos todo aquello que debíamos escuchar, porque nos hablaba al corazón con la voz de aquel que te quiere, porque sus consejos hacían mella en nuestra alma, porque encontrabamos en sus palabras la calidez del que confía en tí y cuenta contigo.

Era "nuestro Papa" porque tras su firme voz escuchábamos a Cristo, por su fuerza a la hora de defender el Evangelio "sin medias tintas", por su valentía a la hora de proclamar el amor de Dios en todas partes, por su firmeza a la hora de defender nuestra libertad de hijos de Dios, por su entrega a la hora de proclamar lo mucho que Cristo nos quiere y nos espera con los brazos abiertos del Padre de la parabola del hijo pródigo.

Fue "nuestro Papa" porque lo vimos entregandose en pos de "su misión" en la fortaleza de su juventud, en la humildad de su sacerdocio, en la plenitud de su papado, en la fe de sentirse arropado siempre por el Padre, en la debilidad de su vejez, y en el dolor de sus últimos días.

Fue "nuestro Papa" porque se abrazó a María durante todos sus días, y porque muy especialmente durante y después del atentado, fue abrazado por Ella.

Fue "nuestro Papa", porque nos trajo a todos los jóvenes la esperanza del Resucitado, la esperanza de algo superior a lo material, la fe de un Cristo Vivo en cada uno de nosotros, y la necesidad de llevar la caridad de un corazón lleno de amor a todo el mundo.

Fue el Papa que nos animó a "Cruzar el umbral de la esperanza", que nos gritó: "¡Levantáos!, ¡Vamos!", que nos habló del "Don y Misterio", que defendió la vida en todos sus estados, y que nos lanzó el mayor y el más ilusionante de los desafíos: "No tengáis miedo a ser santos".

Fue el Papa que nos conmovió, más allá de sus palabras, también con sus silencios. Dicen, quienes tuvieron la oportunidad, que era una de las experiencias más emocionantes verlo rezar en la intimidad de su oratorio. De ahí sacaba todas las fuerzas para la frenética actividad que llevaba, para la amplia vida pastoral y pontifical que desplegaba. En el sagrario se encontraba con Aquel que le daba la Vida, y frente al sagrario lo descubríamos "En Casa". Precisamente aquí en Granada lo recordamos orando en la Basílica ante Nuestra Patrona, la Virgen de la Angustias en una imagen inenarrable.

Fue el Papa viajero, el Papa de los jóvenes, el Papa de las familias, el Papa de las canonizaciones, el Papa de la cercanía, el Papa de la Nueva Evangelización, el Papa que ayudó a derribar "el muro", y para los cofrades granadinos fue el Papa que puso un Palio, el bendito Palio de María Santísima del Mayor Dolor, en la Plaza de san Pedro en lo que será una estampa maravillos para el recuerdo.

Pero además de pasar a la historia por todo esto y ser recordado como"Juan Pablo II el Magno", será sobre todo, y ante todo, "nuestro Papa", el Papa de nuestra juventud, el Papa con el que crecimos en la fe, el Papa que nos enseño a amar a nuestra Iglesia, con sus virtudes y sus pecados, el Papa que nos enseñó a coger con mano firme el crucifijo de Cristo y elevarlo sobre nuestras cabezas, sobre nuestros miedos, nuestras tristezas y nuestras limitaciones, como él mismo hizo en sus momentos mas dificiles.

Mi primer recuerdo de él fue cuando vino a Granada en su primera visita apostólica a España. Era solo un niño que acudía con la Parroquia de los Dolores como el que va de excursión. No recuerdo mucho de su homilia (aunque después la he releído en varias ocasiones, porque hablaba de los educadores. Si alguno la quiere se la puedo proporcionar.) Pero tengo grabada su imagen a su paso a nuestro lado en el papamovil.

Y además de su recuerdo en sus numerosas actividades, encuentros, homilias, intervenciones, vida litúrgica e inmumerables textos, recuerdo cuando estuvimos en Roma, cuando nos acercamos a su sencilla tumba y en aquel silencio, rodeados de innumerables fieles, nos sumergimos en la paz de aquel que está muy cerquita de Dios, después de haber hecho muy bien "su tarea", intercediendo por todos nosotros.

Joseph Ratzinger dijo de él en su funeral:

Sígueme” dice el Señor resucitado a Pedro, como su última palabra a este discípulo, escogido para apacentar a sus ovejas. “Sígueme” esta palabra lapidaria de Cristo puede ser considerada la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos pondremos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, el corazón lleno de tristeza, pero también de gozosa esperanza y profunda gratitud. (...)

El Santo Padre ha sido sacerdote hasta el final, porque ha dado su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia humana, en una donación cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las difíciles pruebas de los últimos meses. Así ha llegado a ser una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama a sus ovejas.

Y finalmente, “permaneced en mi amor”: El Papa que ha buscado el encuentro con todos, que ha tenido una capacidad de perdón y de apertura del corazón para todos, nos dice, también hoy, estas palabras del Señor: Habitando en el amor de Cristo aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor. ¡Sígueme!Nuestro Papa –lo sabemos todos– no ha querido nunca salvar la propia vida, tenerla para sí; ha querido darse a sí mismo sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y así también por nosotros."

Muchas cosas podría decir de Juan Pablo II, pero todas esas cosas las sabeis. Este domingo, domingo de la Divina Misericordia de Jesús, que él mismo instauró en el Jubileo del 2000, será declarado beato, aquel que ya en vida sabíamos que era santo. "Santo súbito" proclamamos. No existe el tiempo cuando de amor se trata. Por eso tengamos un recuerdo especial este fin de semana hacia él. Pidamosle que interceda por nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra Iglesia, nuestro mundo. Y recordemosle de algún modo especial. Porque fue "nuestro Papa".

El Espíritu Santo nos ha dado otro gran Papa en Benedicto XVI, pero Juan Pablo II será siempre para muchos "nuestro Papa", el Papa de nuestra niñez y nuestra juventud. Aquel que recordaremos de un modo muy especial y muy distinto. Un Papa que preparó a otro gran Papa, Benedicto XVI.

No quiero terminar esta entrada con datos de sus viajes, sus documentos o los números de su Pontificado. Prefiero dejarles con esta anecdota, que he leido en Aciprensa, que refleja muy bien el resto de su vida:

"Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.

El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.

Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.

Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.

El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.

El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos."

Los videos y mejores momentos de la beatificación, aquí

Algunos enlaces interesantes:


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL BEATO
JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al papa Juan Pablo II
y porque en él has reflejado la ternura de tu paternidad,
la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.

El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor,
indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria,
como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es tu voluntad, el favor que imploramos,
con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

AMEN


Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


domingo, 24 de abril de 2011

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

LA LUCERNA ENCENDIDA OS DESEA A TODOS
UNA MUY FELIZ

PASCUA DE RESURRECCIÓN

"El misterio pascual, como toda la vida y la obra de Cristo, tiene una profunda unidad interna en su función redentora y en su eficacia, pero ello no impide que puedan distinguirse sus distintos aspectos con relación a los efectos que derivan de él en el hombre. De ahí la atribución a la resurrección del efecto específico de la 'vida nueva', como afirma San Pablo.

(...) Ante todo, podemos decir ciertamente que Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres. Y esto aparece también en la maravillosa plegaria de Jesús, la víspera de su pasión, que Juan nos refiere con estas palabra: 'Padre... glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado' (Jn 17, 1-2). En su plegaria Jesús mira y abraza sobre todo a sus discípulos a quienes advirtió de la próxima y dolorosa separación que sé verificaría mediante su pasión y muerte, pero a los cuales prometió asimismo: 'Yo vivo y también vosotros viviréis (Jn 14, 19). Es decir: tendréis parte en mi vida, la cual se revelará después de la resurrección. Pero la mirada de Jesús se extiende a un radio de amplitud universal. Les dice: 'No ruego por éstos (mis discípulos), sino también por aquellos, que por medio de su palabra, creerán en mí... (Jn 17, 20): todos deben formar una sola cosa al participar en la gloria de Dios en Cristo.

La nueva vida que se concede a los creyentes en virtud de la resurrección de Cristo, consiste en la victoria sobre la muerte del pecado y en la nueva participación en la gracia. Lo afirma San Pablo de forma lapidaria: 'Dios, rico en misericordia..., estando muertos a causa de nuestros delitos nos vivificó juntamente con Cristo' (Ef 2, 4-5). Y de forma análoga San Pedro: 'El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo..., por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado para una esperanza viva' (1 Pe 1, 3)."

Catequesis de Juan Pablo II sobre la Resurrección de Cristo


miércoles, 20 de abril de 2011

LITURGIA DE LA SEMANA SANTA

Para que conozcamos un poco mejor toda la liturgia y celebraciones que se desarrollan en Semana Santa, os propongo este texto:

"El Domingo de Ramos, al final de la Cuaresma, inaugura la Semana Santa: es como el pórtico que nos introduce en esos días decisivos para la historia de la salvación.

El Jueves Santo, por la
mañana, el Obispo concelebra la Santa Misa rodeado de sus sacerdotes y con la asistencia de una buena porción del Pueblo de Dios. En el curso de esa Misa, se bendicen los Santos Óleos que servirán para consagrar altares, para ungir a los catecúmenos —que, al recibir el Bautismo, serán como altares dedicados al servicio de Dios— y para administrar el sacramento de la Unción de los enfermos. También se consagra el crisma, materia del sacramento de la Confirmación, que otorga la mayoría de edad en Cristo a los bautizados.
En el curso de esa ceremonia, los presbíteros renuevan las promesas sacerdotales que pronunciaron el día de su ordenación. Todos los miembros del Pueblo sacerdotal, ministros y fieles laicos, se dan cita ideal en esa celebración litúrgica. ¡Qué buen momento, para intensificar nuestra plegaria a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, para que haya muchos sacerdotes santos y para que también los cristianos seglares —hombres y mujeres— aspiren seriamente a la santidad, cada uno en el propio estado! Por la tarde, durante la Misa in Cena Domini, conmemoraremos especialmente la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. El hoy de la renovación sacramental del Misterio pascual, el hoy de la Cruz —que el Señor anticipó en la Última Cena—, se hace presente en cada celebración eucarística y, con un relieve particular, el Jueves Santo.
Asombrémonos ante la actualidad perenne del Sacrificio del Calvario, de modo especial en la Misa
in Cena Domini. Este día, antes de realizar la Consagración, el Canon Romano pone en boca del sacerdote unas palabras propias de esta solemnidad: el cual, hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres, tomó el pan en sus santas y venerables manos... Roguemos a la Trinidad Santísima que no nos pase nunca inadvertido este exceso de amor por parte de Jesucristo.
No sólo ha entregado una vez su vida en la Cruz, sino que ha querido instituir la Sagrada Eucaristía y el sacerdocio para que, siempre y en todo lugar, hasta el momento de su venida glorio
sa al fin de los tiempos, podamos entrar en contacto vivo y verdadero con su Sacrificio redentor.
Pongámonos «en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente —escribía en su última encíclica Juan Pablo II—, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega "hasta el extremo" (
Jn 13, 1), un amor que no conoce medida».

La Misa vespertina del Jueves Santo nos introduce en la memoria de la pasión y muerte de Nuestro Señor, al día siguiente. «Existe una conexión inseparable entre la Última Cena y la muerte de Jesús. En la primera, Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, o sea, su existencia terrena, se entrega a sí mismo, anticipando su muerte y transformándola en acto de amor».
Al adorar ese día la Santa Cruz, digamos a nuestro Redentor un
¡gracias! sincero, que, acompañado del deseo de serle muy fieles, nos impulse a seguir caminando con perseverancia y alegría por la senda de la santidad.

Llegamos así a la víspera de la Resurrecció
n. En espera del triunfo definitivo del Señor, el Sábado Santo se presenta como una jornada de silencio y recogimiento. Los altares están desnudos, no hay ninguna ceremonia litúrgica; notamos incluso la ausencia del Santísimo Sacramento, que se reserva en un lugar apartado por si fuera necesario administrar la Comunión a modo de viático.

Por fin, en la Vigilia Pascual, «al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos "del agua y del Espíritu Santo", y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la gracia para ser sus discípulos».

Mons. Javier Echeverría, Abril 2011.

viernes, 15 de abril de 2011

Dominus Flevit

Del Evangelio de San Lucas:

“Y dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén. (…) Mientras Él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas. Al acercarse y ver la ciudad de Jerusalén (de frente), (Jesús) lloró por ella diciendo: Si también tu reconocieras en este día este mensaje de Paz.”

Jesús se aproxima hasta Jerusalén desde Betania por el camino que cruza el monte de los olivos. Allí, a aquel lugar, volverá cada día hasta el momento de su prendimiento para encontrarse con el Padre, a través de la oración sosegada, y frente a la ciudad que lo llevará a la cruz. En aquel monte predicará y allí ascenderá a los cielos cuarenta días después de su resurrección.

Sus discípulos lo guian en una borriquilla camino de la Ciudad Santa y la gente le sale al encuentro con ramos de olivo y palmas aclamando a su Mesías. En el descenso del monte, Cristo se encuentra cara a cara con Jerusalen. Un montón de sensaciones pasan por ÉL. Se mezcla la alegría de llegar a la Ciudad Prometida para celebrar la Pascua, con el desazón ante la pasión.

Jesús mira de frente la ciudad e identifica en ella todos los sitios y lugares por los que pasará en esos días. Y allí localiza el estanque de Betesda, donde curará en sábado a un paralítico, y localiza el templo donde predicará y escuchará las escrituras. Emocionado ve el Aposento Alto donde estará el Cenáculo en el que instituirá la Eucaristía y el palacio de Herodes donde será llevado. Y mira la muralla, todas las casas y todas las calles por las que caminará.

Y observa la Torre Antonia y el pretorio donde será acusado, condenado, y azotado por orden de Poncio Pilatos, y la Via Dolorosa por donde ascenderá al Gólgota cargado con la cruz, y atisba el Calvario donde será crucificado, muerto y sepultado, y donde resucitará al tercer día. Y su espíritu se impregna de todos los ojos que lo mirarán, todos los corazones que lo escucharán, todas las almas que estarán a su lado, y llora. No por Él sino por nosotros.

Dominus Flevit. Jesús llora por amor mirando de frente su pasión. Se encuentra frente a su pasión, frente a los lugares en los que pasará los días que preceden a su muerte, frente a los momentos que vivirá para traernos la Redención.

Así es Granada estos dias que se avecinan. Una mirada de frente, apasionada y llena de amor y sentimiento a la Pasión de Nuestro Señor. Porque nadie duda de que Granada se transforma en estos días, en la misma Jerusalén, donde el propio Cristo predica, ama, padece, muere y resucita en sus calles. Donde nosotros localizamos también el Cenáculo, el Monte de los Olivos, el pretorio, la Via Dolorosa y el Calvario en clave granadina.

Y a semejanza de Cristo desde el Monte de los Olivos, miraremos de frente a esta Ciudad Santa que es Granada, como se mira la colina del Albaicín desde la Alcazaba alhambreña, y con amor, con mucho amor y pasión, viviremos con sentimientos inflamados la pasión, muerte y resurrección de nuestro Dios en esta ciudad que conmemora la Redención con todo el amor de hijos que podemos dar.

Que Cristo nos transforme desde su cruz, como el pabilo encendido transforma la cera, como el incienso se quema en el carbón, como la flor embriaga los sentidos, como el paso del costalero se convierte en oración, como la luz muere ante Cristo el Jueves Santo, como un cornetín lloroso convierte en silencio Granada, como nuestros corazones mueven el aire de nuestra ciudad en un único sentido durante estos días.

Es tiempo de oración. Tiempo de acercarnos a Cristo maltratado, tiempo de ver la muerte de Dios de frente, con la esperanza puesta en Él, porque nada puede con la Vida.

Tiempo de ilusiones, de anhelos, de sentimientos guardados, de guardados sentidos, de amor que rebosa Evangelio, de Evangelio que sale a calle con faldón de terciopelo, con túnica de fe ceñida, con lágrima de caridad sentida, con paso corto pero firme, hacia la esperanza debida.

Tiempo de Cristo en la calle.

Porque.....¡Ay! Si Cristo estuviera más tiempo en la calle, en nuestras miradas y en nuestros corazones. Si siempre fuera Semana Santa, Evangelio en nuestra alma.....cuan distinto sería todo.



Nota: Las imágenes las he tomado prestadas de diversas webs de internet. Ruego perdonen mi descaro. Todo sea por la causa.

lunes, 11 de abril de 2011

JESÚS DE NAZARET DE BENEDICTO XVI

Tengo la sana costumbre de leer, además de un libro normal (novela, literario, ocio...), en paralelo un libro espiritual o doctrinal al que procuro dedicarle unos quince minutos diarios, y creanme que se lo recomiendo, porque además de ayudar a hacer la oración diaria, ayuda bastante a crecer "por dentro".

El pasado mes, que fue mi cumpleaños, un buen amigo me regaló la segunda parte del "Jesús de Nazaret" de S.S. Benedicto XVI, y puedo decirles que es impresionante.

Reconozco que a veces se puede hacer un poco denso, pero en ningún momento pesado. Más bien al contrario. Ralentiza su profundidad, porque en numerosas ocasiones te tienes que parar a meditar la belleza del Evangelio que brota de sus líneas y establecer contacto personal con "El Jefe", y creo que precisamente de eso se trata. No de terminarlo pronto, sino de que nos ayude lo sufiente en nuestro interior, para que se note en nuestro exterior.

"Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurreción", es la Pasión, Muerte y Resurrección según Joseph Ratzinger.
Y es que en este libro, como dice el propio Papa, ha tratado "de desarrollar una mirada al Jesús de los Evangelios, un escucharle a Él que pudiera convertirse en un encuentro; pero también, en la escucha en comunión con los discípulos de Jesús de todos los tiempos, llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús.
(....) Es aquí donde se encuentran las palabras y los acontecimientos decisivos de la vida de Jesús".

En este libro el Papa habla, sin ser una "Vida de Jesús", de la última semana de vida de Cristo y del periodo que trancurre desde la resurrección hasta la ascensión.

Se trata de un buen libro para leer en lo que nos queda de Cuaresma, durante la Semana Santa y en la Pascua que se nos avecina.

Es muy recomendable que todos los cristianos, y muy especialmente los cofrades, lo leamos, porque encontraremos un recorrido sentido y profundo por la Pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor.

Yo, como cofrade del Huerto que soy, tengo que reconocer que después del prólogo me pasé directamente a leer el episodio dedicado a la Oración de Nuestro Señor en Getsemaní. Impresionante. Tantas cosas que meditar, tantas cosas que sentir, tanto que aprender de Jesucristo..... “Jesús ha experimentado aquí la última soledad, toda la tribulación del ser hombre. Aquí el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del alma. Aquí se estremeció ante la muerte inminente. Aquí le besó el traidor. Aquí todos los discípulos lo abandonaron. Aquí Él ha luchado también por mí”.

Creo un buen ejercicio cristiano, leernos, al menos, el capitulo dedicado al Misterio de la Pasión sobre el que versa nuestra cofradía. Leerlo y meditarlo antes de la Salida Procesional y luego seguir leyendo y haciendo oración con esta obra que nos presenta el Papa.

Seguro que el encuentro con la Imagen de Cristo en la calle, tendrá una trascendencia distinta, si antes nos hemos leido, meditado y llevado a la oración uno de estos capítulos ( o al menos el Evangelio que mostramos al "pueblo").

Muchas otras cosas interesantes puedo decir de este libro, como la exoneración de culpa (una vez mas) por parte del Papa al pueblo judío, eliminar todo contenido político de la opción de Jesús o la imagén que nos transmite del buen ladrón.

Pero me quedo sobre todo con textos, como estos, con los que cierro esta entrada:
Al ser contrario a la cruz, [Pedro] no puede entender la palabra resurrección y quisiera -como ya en Cesarea de Felipe- el éxito sin la cruz. Él confía en sus propias fuerzas. ¿Quién puede negar que su actitud refleja la tentación constante de los cristianos, e incluso también de la Iglesia, de llegar al éxito sin la cruz? Por eso se le ha de anunciar su debilidad, su triple negación. Nadie es por sí mismo tan fuerte como para recorrer hasta el final el camino de salvación”.

Quien rompe la amistad con Jesús, quien se sacude de encima su ‘yugo ligero’, no alcanza la libertad, no se hace libre, sino que, por el contrario, se convierte en esclavo de otros poderes; o más bien: el hecho de que traicione esta amistad proviene ya de la intervención de otro poder, al que ha abierto sus puertas

No hay contradicción entre el jubiloso mensaje de Jesús y la aceptación de la cruz como muerte por muchos; al contrario: sólo en la aceptación y la transformación de la muerte alcanza el mensaje de la gracia toda su profundidad

lunes, 4 de abril de 2011

Peregrinos con pasión (y II)

He hablado en la entrada anterior que la Estación de Penitencia es eso, principalmente un acto individual de penitencia, además de su ámbito grupal o de comunidad.
Pero también es "estación".

La palabra "estación" la define el diccionario del RAE como "Visita que se hace por devoción a las iglesias o altares, deteniéndose a orar delante del Santísimo Sacramento, principalmente en los días de Jueves y Viernes Santo", pero también, en su acepción septima lo define como el "paraje en que se hace alto durante un viaje, correría o paseo."
Eso es. La Estación de penitencia debe ser para nosotros un alto en el camino de nuestra ajetreada vida personal, pero vuelta nuestra mirada a Cristo.

Es caminar al Sagrario, caminar ante el mismo Cristo, para poner en sus manos nuestra existencia, y cargados con nuestra vida pero con la esperanza puesta en Él, regresar a casa, llenos de la confianza de que Dios siempre está con nosotros y camina a nuestro lado. Es pararnos ante Él, sin dejar de caminar, y mirarle de frente, desnudarnos de nuestras hipocresías y vestirnos con el hábito de la humildad que nos hace ser auténticos, ser corazones llenos de vida real.

Pero también el día de la Salida Procesional debemos sentirnos peregrinos. Y es que la Estación de Penitencia no es ir a dar una vuelta. Es algo más que un simple acto que sucede una vez al año.

La Salida Procesional supone 3 aspectos fundamentales:

  1. Sentido de peregrinación. “Me levantaré e iré a casa de mi Padre”. Es un camino de conversión. De abandonar todo aquello que no me ayuda y correr a los brazos del Padre. El día de la salida es el primer día del año para todo cofrade. Y ese día debemos ser consciente de todo lo que queremos “llegar a ser”. Debemos ser conscientes de qué cambio queremos realizar en nuestra vida. Cual es nuestra meta como cristianos. Qué camino he de seguir para alcanzar la santidad.

Antes de la Salida tenemos que poner nuestros objetivos para el año siguiente. Algunos hacen propósito de rectitud al comienzo del año, después del verano, o el día de su cumpleaños. Sin embargo nosotros los cofrades tenemos una oportunidad muy especial de acercarnos ese dia a Cristo y ofrecerle nuestros mejores propósitos de “ser mejores” con oración, penitencia y amor.

Por eso el día de antes de la salida debe ser un día de “examen de conciencia”, de “evaluación”, de ver todo aquello que me propuse y no he llegado a vivir, para así el día de la Estación de Penitencia, ponerme metas nuevas con la vista puesta en la santificación personal. Y así, si vivimos nuestra estación de Peniencia con una gran cercanía a Dios y a los hermanos, Cristo nos proporcionará una gran fuerza interior para alcanzar las metas propuestas.

  1. Sentido de Culto: Y es que la Salida Procesional es un maravilloso acto de culto. Culto publico, llevando a Cristo a la calle donde muchos lo desprecian, lo ignoran y lo niegan, para mayor gloria de Dios. Culto que tiene como meta a Jesús Sacramentado, que nos espera en la Santa Iglesia Catedral para darnos todo su amor, y también es esplendido acto de culto interno, donde todo lo que hagamos será una liturgia de pasión cristiana
  2. Sentido apostólico: Somos apóstoles porque la Estación de Penitencia es llevar la Palabra de Dios a los demás. Es acercar a todo el mundo la Palabra de Dios que brota de nuestros Titulares. La Buena Nueva que camina y recorre Granada anunciando el mayor acto de amor de la Historia.

Y es que Dios se hizo carne y el pueblo cristiano a través de las Cofradías convierte el Evangelio en imagen de nuestro Dios que se entrega, es humillado, escarnecido, torturado y muerto por amor a sus hijos, para que todos conozcan el acto supremo de la Redención. Y porque la Pasión es amor, sólo desde el amor se puede entender.

Y ser apóstoles es también llevar a Cristo en nuestros actos. Esforzarnos para que ese día sea perfecto en nuestros actos.

BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II
1 de Mayo de 2011

Año de la Fe 2012-2013