domingo, 29 de abril de 2012

El valor de la Pascua (y II): Los frutos de la resurrección.


La Pascua no es una fecha.  La Pascua comenzó y no termina, porque Cristo nos regala sus dones para que disfrutemos sus frutos todo el año. El final de la Pascua es el comienzo de un paso más en nuestro compromiso. La Pascua es un periodo de Gracia que Dios nos da para “cargar” las pilas. Es el momento del compromiso. Recomiendo que en lo que nos queda de Pascua y en el tiempo ordinario que le sigue, leamos como meditación de la Palabra diaria, los Hechos de los Apóstoles. Seguro que será un gran incentivo para vivir nuestro compromiso comprobar la reacción de los primeros cristianos tras la Resurrección.
Los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,46), nos cuentan como había una característica que llamaba poderosamente la atención de todos: la alegría. Ellos, que habían conocido la esclavitud del pecado, experimentaron la Liberación que les traía la resurrección de Cristo.
La alegría es el fruto principal de la Resurrección, y por supuesto uno de los signos evidentes de la santidad. Estar alegres es vivir con fe la existencia.  “Tú eres Señor mi fortaleza” Salmo 62,2.  Porque el que tiene la vida puesta en manos de Cristo, no tiene nada que temer. Sabe que todo sufrimiento es parte de nuestra existencia, y por supuesto un paso más a la Vida en el Señor. “La alegría es señal de que amamos a Dios, y realizamos a la vez el gran bien a los demás y a nosotros mismos. Debemos estar contentos y los demás deben saber que lo estamos. Estar contentos es una forma de dar gracias a Dios”  (Francisco Fernández Carvajal, “Donde duerme la ilusión”).
Cuando hagamos discernimiento de espíritu, para ver como anda nuestra vida cristiana, la alegría de verdad, la felicidad interna y la paz, es una manifestación de que estamos llenos de Dios y de que estamos realizando lo correcto.
Personalmente soy capaz de recordar fechas y momentos de gran felicidad y alegría en mi vida y veo en ella la huella de Dios y veo que son momentos en los que dije a Dios "sí" sin temor.
Por el contrario en momentos de dudas en mi camino personal, en bajones en mi actitud en mi lucha por alcanzar mi propia santidad, en aquellas situaciones en las que he dejado mi oración personal, mi compromiso personal o simplemente he pisado un poco "el freno", descubro esa falta de la alegría interna auténtica, la tristeza y la falta de ilusión.
Apartarme de lo que Dios me pide es llenarme de desesperanza, llenarme de cosas temporales y materiales que me hacen pasar el tiempo pero que no me provocan más que dolor de cabeza.
Sí, apartarme de Dios es como una borrachera. Una alegría temporal y artificial y después una horrible resaca.
Encontramos con excesiva frecuencia a cristianos malhumorados todo el día. Que son incapaces de saludarnos con una sonrisa, que siempre tienen un rostro áspero, impaciente, a veces duro. Esa especie de penosa desesperación que se ve en la calle se ha convertido en algo habitual. Tal vez hoy más que nunca apreciamos la Alegría como una característica de aquellas personas que experimentan la Gracia de Dios en el día a día.
Dice el libro de los Proverbios  que  “la tristeza seca los huesos”. Es verdad. Estar tristes es no haber experimentado la Pascua en nuestra vida. Es no encontrarnos a  Cristo resucitado todas las mañanas. Por eso debemos hacer un ejercicio de amor a Dios cada día al levantarnos. Primero darle gracias todos los días por todo lo que tenemos. Por muy poco que sea tenemos el don de la vida y de la fe, que ya es tener dos grandes tesoros. Dar gracias por el don de la familia, por el don de la Cofradía, por el don de su Amor…. Pensar en todo lo que Dios nos regala cada día, es un buen motivo para empezar con una gran sonrisa el día. Y luego pedirle a Dios por el día que comienza y ofrecerle sus frutos. Porque poner nuestra vida, nuestros días en manos de Dios, es motivo para la segunda gran sonrisa del día; la sonrisa del que confía.
Y el resto de sonrisas que le ofrezcamos a Dios durante el día tienen que tener como destinatarios a los que nos rodean.  Porque “la fe permite que miremos lo que nos rodea con una luz nueva, y que permaneciendo todo igual, admitamos que todo es distinto, porque todo es expresión del amor de Dios”. Porque el primer acto de caridad, y a veces el más sencillo, es el de brindar una sonrisa al hermano….hasta a quien no se la merece. Se trata de estar llenos de Dios, de sentir la Vida verdadera que nos trae la Resurrección. Así, hasta en los gestos, transmitiremos la alegría del Evangelio.
Quien sabe si ese hermano al que le ayudamos con nuestra sonrisa y nuestra mano tendida, no acaba la jornada dando gracias a Dios por habernos tenido a su lado.
Pero claro, para repartir, para llevar a los demás a Dios es importante que estemos nosotros llenos de Dios. Es imporante nuestra formación personal, nuestra oración personal con Dios, nuestra reconciliación con el Señor cuando sabemos que le hemos fallado a través del Sacramento de la Penitencia y el llenarnos de su Vida en la Eucarístia. 
A veces no vemos las cosas. No vemos nuestro futuro claro. Nos encontramos en una neblina que nos desespera. Pero Dios nos da una luz. Simplemente meditar aquellos momentos de gran felicidad en nuestra vida con Cristo. Allí encontramos a Dios, y como "una resurrección", sabremos que volveremos a sentir todo aquello de nuevo. Porque nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra confianza en Cristo nos dice que al final de la oscuridad siempre estará la Luz de Cristo. Y que tan sólo hay que extender nuestra mano en la penumbra y dejar que Él nos la coja y nos guie hasta la salida. Porque cuando uno se abandona en Dios siente esa paz interior, esa tranquilidad que da la confianza de saber que junto a Él no existe la equivocación. Por el contrario no abandonarse, retrasar sus planes en nuestra vida provoca en nosotros una gran sensación de inseguridad, de frustación, de tristeza interior.

Dice S. Josémaría "Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. -Pide esa misma alegría sobrenatural para todos .La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios" (Camino 659-665).
Eso es la Resurrección en el fondo. Abandonarse. Haber confiado en Cristo ante la muerte y al final ver a Cristo frente a nosotros. Confiar y abandonarse es vivir una Pascua que dura siempre. Los demás sabrán que vivimos esa Pascua todos los días, si encuentran en nuestra alegría un signo inequívoco del que confía y vive en Jesucristo.

  Que María Santísima, a la que desbordó la alegría de ver a su Hijo resucitado, nos ayude a vivir la Pascua todo el año, a pasar del hombre viejo del Pecado al Hombre Nuevo del Evangelio, y que fortalezca nuestros sentimientos de hijos de un DIOS VIVO.

domingo, 15 de abril de 2012

El valor de la Pascua (I)

Ha concluido la primera semana de Pascua, que la Iglesia la considera como un sólo Domingo, liturgicamente hablando, y ya comenzamos a tener en el corazón y el sentimiento el sabor dulce de sus dones. Dios ha resucitado, y tras este Gran Domingo  que dura 50 días, vendrán los Dones de su Espíritu tal y como nos había prometido.
 La Pascua para el Cofrade no es, o no debe ser, el final de la Semana Santa. Sino la culminación de esta. Entender esto es entender nuestra realidad cristiana. Comprender que estamos en el cenit de nuestras celebraciones es recordar la importancia de la Resurrección.
Porque la resurrección es el principio y el final de nuestro “ser cristianos”, de nuestro “ser cofrades”. Es el tiempo de pasar del hombre viejo al Hombre Nuevo. De revestirnos de una nueva forma de ser. De ser más auténticos y más bienaventurados. Porque comprender el sentido de la Pascua es saber vivir siendo un cristiano.  La Pascua es la esperanza nueva que nos llega tras el dolor y el sufrimiento. Es la resurrección tras la muerte. Es la vida tras la agonía. Ser cofrade es saber que siempre hay un final feliz tras el túnel del dolor. Es vivir con paz los momentos amargos, como Cristo los vivió. Es caer y levantarse, para seguir caminando, aunque en el horizonte sólo veamos nuestra cruz. Porque vivir la Pascua es vivir.
Podemos vivir pensando que todo en la vida es Pasión. Y entonces nos quedaremos en la cruz y el dolor, pensando que la vida es simplemente “un valle de lágrimas”. Probablemente, entonces,  no habremos descubierto en nuestra existencia la completa realidad del ser cristianos.
Esto es la Pascua. No un bonito cuento de hadas que acaba en final feliz. Sino la esperanza del que vive confiando en Dios.
Pero la Pascua no es tal sin la transformación personal. ¿Qué ocurrió para que los apóstoles cambiaran de una forma tan radical sus vidas? ¿Qué pasó para que salieran del miedo y el temor y abrieran las ventanas de sus vidas para anunciar el Evangelio por todos los rincones de su existencia? ¿Que ocurrió para que dejaran de un lado el dolor que sentían y lo transformaran en vida? Lo que pasó, fue Cristo Resucitado junto a ellos. Hicieron suya la experiencia de la Resurrección. Comenzaron a vivir según la Pascua Cristiana, según la experiencia de la victoria de la Vida sobre la Muerte. Supieron ver que tras las nubes, tras aquella negra tormenta estaba la luz cálida de Dios.
Y para lograr esto hay que vivir con valentía. Hay que optar por el “sí”, hay que lanzarse al abismo, con la seguridad de que es Dios quien nos protege para que no demos el batacazo.
María es nuestra esperanza. Es el ejemplo a seguir en esta Pascua. Acerquémonos a Ella, encomendemosnos a Ella, hagamos nuestra su oración y su vida. Porque cuando todos dudaban, cuando todos creían que todo aquello no había sido más que una ilusión, una utopía fracasada, Ella fue la única que sabía que nada termina en la cruz, que la cruz tan sólo era el camino hacia la alegría de la Resurrección.

La mayoría somos como el apostol Tomás. Necesitamos ver, sentir constantemente. Pero no nos desesperemos, no caigamos en el desánimo por nuestra falta de fe y de confianza tantas veces. Es una gracia ser como Sto. Tomás. Porque al final, en sus dudas, en sus inseguridades no dejaba de buscar a Cristo. Y el que busca a Cristo Resucitado, antes o después lo encuentra. Como Tomás. Y una vez encontrado da la vida por Él, como Tomás. No somos perfectos, y eso Cristo lo sabe. Por eso, una y otra vez se pone a nuestro lado y nos abre sus brazos para que nos encontremos con ÉL.
La Pascua ha llegado. Dios siempre está a nuestro lado trayendonos su Vida. Es sal que sala, luz que brilla.
¿No sientes ese fuego dentro de tí que quiere salir? Confía, espera, cierra los ojos y lánzate a los brazos de Cristo.

La piedra de nuestro sepulcro ya ha sido removida por Dios. ¿A qué esperamos para salir a la Luz?

domingo, 8 de abril de 2012

Surrexit

Has vencido, Señor. La Vida ha vencido a la muerte. La Luz ha emergido entre las tinieblas. La Verdad ha derrotado al engaño.
Has vencido, Señor, y una vez más me has dejado sin aliento, viendo mis debilidades, observando mis defectos, dudando por mis limitaciones.
A veces me veo tan incapaz de seguir, Señor. Me veo tan fragil, tan poca cosa en el camino de santidad que me señalas.
Me miras al fondo de mi interior y miras la cruz vacía que se recorta en el fondo de la vida. Has vencido a la muerte. has vencido al pecado. Pero la cruz ha sido el camino. La redención, la salvación ha llegado a través de la cruz.
¿Acaso puede nadie salvarse sin dificultad? ¿Acaso puede nadie vivir su fe sin una meta? ¿Acaso puedo creer que todo es un alegre camino? ¿Acaso podemos entender que nada cuesta sacrificio, que todo se nos regala? 
La cruz, Señor, ha sido tu camino. Has elegido ser hombre para traernos la salvación. 
¿Me entiendes, Señor? ¿entiendes cuando te digo que a veces quiero arrojarlo todo, quiero rendirme, quiero dar un paso atrás? ¿No ves mi naturaleza humana que a veces quiere salirse del camino porque no ve nada claro? Como el rey David en el salmo 13 dígo: 
"Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro?
¿Hasta cuándo pondré en mi alma consejos
con tristezas en mi corazón cada día?"

Pero sí hay algo que veo claro, mi Dios. Veo claro como tu resurrección, nuestra salvación, ha llegado por el tortuoso camino del Gólgota. Como ha llegado con tu corona de espinas, con tu espalda martirizada, con tus pies y manos llagados, con tus caídas y tu vuelta al camino. 
Tu resurrección, Señor, nuestra salvación, Señor, ha llegado con la dificultad, con la prueba, con la amargura, con el desprecio. Y a veces, como el huerto de Getsemaní, he visto mis propias dudas preguntandome si estaba haciendo lo correcto, si todo aquello era necesario o no, si el camino era necesario.  Pero tu respondes en aquel Huerto de Olivos con la fe del Hijo. "Hágase".
Pero mi respuesta no siempre es la tuya. No siempre respondo como tu, con ese "hagase Tu voluntad", ante la dificultad, ante la tibieza, ante el desamparo. A veces me pongo excusas, Señor. A veces aparto mi cruz a un lado del camino, dejo a Pedro que me defienda en "mis prendimientos", quiero y deseo que el Padre aparte de mí este cáliz, que mande a alguien que me aparte de todo esto.

La resurección, Señor, me has enseñado una vez más, no es facil. 
Pero ya se porque dudo, porque caigo una y otra vez y no hago nada por levantarme. 
Dudo porque no tengo fe en tí. No toda la que debiera.
Si como tu Santa Madre me abandonara exclamando símplemente "hágase", nada en mi camino hacia Tí me parecería tortuoso, cansado, monótono o impracticable.
Me miras de nuevo a los ojos. Estos días de pasión, este Viernes Santo, me miró tu Madre, que caminaba tras de tí llena de esperanza, y me hizo llorar. Ahora me miras Tu.

Has triunfado, con la cruz, sobre la muerte. Sonríes porque sabes que puedo con aquello que me pides. Sonríes y me tiendes tu mano porque sabes que sólo no puedo, pero Tú lo puedes todo. 
Me sonríes y me llenas de esperanza, de ilusión, de seguridad. 
Y las dudas se apagan.
Contigo todo es posible, nada está fuera de mi alcance.
La santidad llega por el camino de la cruz siguiendo paso a paso, cayendo y levantándome. Hay que reir, hay que sufrir. Hay que caminar en llano, cuesta abajo y hacia la cumbre del Calvario. Hay que caminar con amigos, como tu por Galilea, y en la soledad de Jerusalén. Hay que verse con esperanza y en la desesperación de la frustación. Hay que luchar uno sólo y necesitar de un cirineo o de un ángel que nos ayuden y consuelen.

Quiero seguir Señor. Quiero encontrar en mi vida tu resurrección. Quiero saber que hay Vida más allá de las cruces y dificultades del día a día. Quiero seguir mi Señor.
Quiero que se haga tu voluntad, y no la mía. Quiero dejar de llorar por mí y por mis dudas y sonreir continuamente en tu sonrisa. Quiero cargar mi cruz y caminar cuesta arriba teniendote a Ti de Cirinero. Quiero escuchar cada momento, tu voz diciendome "ahí tienes a tu Madre" y sentirme fuerte junto a Ella .
Quiero tener fe en Tí, y saber que aún cuando sólo vea la muerte a mi alrededor, cuando me encuentre sólo en la tiniebla del sepulcro, Tú llegarás y abrirás la losa de mi oscuridad y regarás de luz mi alma.

Ni la desolación, ni la incertidumbre, ni la enfermedad, ni la muerte escapan de tu misericordia, de tu gran amor. Has rasgado el velo del templo, has hecho temblar la tierra, has ocultado los astros, has resucitado a los muertos. Has bajado a los infiernos y has elevado a los justos. Te has inmolado por nuestros pecados y has vencido a la muerte. Nada escapa de tu mano.

No estoy sólo Señor. Te tengo siempre a tí. No quiero abandonar. No quiero dejarte solo en tu camino ascendente. Quiero ser lo que Tú quieres de mí. Comer el pan que partes en Emaús. Sentir tu Santo Espíritu, e ir por todo el mundo proclamando el Evangelio.
No, no seré como Judas Iscariote, negandome a tu misericordia. Quiero ser como Pedro que tras caer una vez tras otra, pudo decirte las mismas veces que te negó: "sí Señor, te amo", y una vez tras otra fue perdonado y conducido a la santidad.

¡No, no me rendiré! No es propio de mi naturaleza, no es propio de mi ser cristiano. No es propio de tanto amor recibido.
Y entonces, continúo como prosigue el salmista:
"Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalara.
Más yo en tu misericordia he confiado.
Mi corazón se alegrará en tu salvación.
Cantaré a mi Dios
porque me ha hecho bien".

Me sonríes. Has resucitado Señor. Nada es imposible. Has triunfado, por el camino de la cruz sobre el pecado y la muerte. Nada es imposible para tí. Nada habrá imposible para mí si cojo tu llagada mano.
Siempre, detrás de la cruz, al final del camino que sube al Calvario, tras el dolor de la pasión, siempre está la resurreción si caminamos a tu lado, si seguimos confiando en tí, aunque a veces nos cueste reconocerte a nuestro alrededor.
"Quiereme". Me dices sonriendo y confiando en mis posibilidades. "No dudes de mí y quiereme", me dices dando la mayor de las seguridades.
No hay amor más grande, que el de dar la vida por los amigos. Nada he de temer.
En verdad el Señor ha resucitado. Venid, adoremos al Señor.

BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II
1 de Mayo de 2011

Año de la Fe 2012-2013