El Adviento es tiempo de celebración y de penitencia. Tiempo de prepararnos para "La Gran Venida". De hacernos humildes para poder ver a Dios. Porque sólo desde la pequeñez podemos ver a Jesús, a Dios que se hace también pequeño.
Es tiempo para fomentar especialmente la oración, el encuentro personal con Él en los sacramentos, especialmente en la penitencia y la Eucaristía, tiempo para la caridad sincera, para el ayuno de tantas cosas que nos sobran y el acercamiento a los más necesitados (en especial de cariño, de cercanía, de amor, de compañía....).
El tiempo de Adviento es un tiempo para hacer de nuestra alma, un alma sencilla y entregada, como la de los pastores que acudieron al portal. Es tiempo de llenar nuestra alma de grandeza, de grandes ideales y horizontes, como la de los reyes que acudieron al santo pesebre. Es tiempo de ser servidores y portadores del mensaje de esperanza que nos viene, como hicieron los ángeles en Belén. Es tiempo de fijarnos a tres grandes figuras que deben ser nuestro faro en este tiempo, María Santísima, Isaías, y Juan el Bautista, portadores de la Nueva Nueva y pregoneros de Cristo en diversos momentos de la historia de la salvación.
Y sobre todo es tiempo de ir preparando nuestro corazón, nuestra alma, nuestro hogar, nuestro ambiente, como si se trataran de mismísimo pesebre donde va a nacer Cristo. Porque así es. Cristo ya no nace sólo en Belén, sino que para Cristo, cada uno de nosotros somos Belén, y ya está de camino.
Os dejo con esta imagen que he visto en internet, y que nos sirve para reflexionar sobre la venida de Jesús, y también para reflexionar y pedir por tantos niños que están por llegar y por tantos otros que subiran directamente al cielo, antes de nacer, por la falta de amor de nuestra sociedad.