Cristo mira la Ciudad Santa y llora. Su pecho se contrae, abre las manos y caen buscando sus santas rodillas que rezan en aquel huerto ya para siempre bendito.
Su templo, sus calles, sus murallas.
Sus ventanas parpadean al son del crepitar de una vela en unos casos, y en otros, son oscuros ojos que le miran desde el otro lado del monte arrepintiendose ya del destino que le ofrecen a su Rey. Las casas se derraman colina abajo como si fueran un reguero de lágrimas de una ciudad que llora al ver a su Señor sufriente. Lágrimas blancas que serpentean entre adobe y adoquín y no se agotan nunca.
Y recortando la silueta de una luna que revolotea su vestido de novia, el sagrado templo que le devuelve la mirada a Cristo. Casa del Padre que sufre ante su Hijo Amado.
Se oyen voces en la serenidad de la noche. Un grupo sale de Jerusalen y comienza a recorrer el viejo camino de Betania, el que transcurre por el monte de los olivos.
El murmullo llega a los oidos de Cristo como un latido en su interior. ¿Son tambores o es su sagrado corazón bombeando amor con fuerza?
Estrellas fugaces recorren su rostro y lo riegan de amargura.
Cristo cierra los ojos, inspira, y reza. Los vuelve a abrir y gira su rostro hasta descubrir a sus discípulos, a sus amigos, dormidos en la inocencia del que no sabe lo que ocurrirá en unos momentos.
Mira a su alrededor y se siente en el compás de un convento de clausura del Realejo. Ya no está solo. A su lado un reguero de anónimos discípulos en fila de dos rozan su sagrado trono buscando la luz y el murmullo de la calle.
Junto a Él su Madre llora y busca un pañuelo de cordora en tanto dolor. "La cruz, madre, la cruz. El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga", y al momento el latido se hace más y más intenso. ¿Son tambores o es su sagrado corazón bombeando amor con fuerza? Trompetas llaman al alba de la redención.
Un patio empredado de "Dios te salve" alfombra ahora el dolido huerto.
El presbiterio que besa sus pies se alza al cielo y comienza una suave mecida de aquellos tocados con pasión de arpillera y amor a Cristo.
Se mece el olivo al son del alma enamorada de Dios. Ramas que peinan el aire y bendicen Granada como hisopo de improvisado balanceo.
"Aparta de mi este cáliz" clama Jesús, y al ver a su pueblo compungido, el llanto derramado y retenido, la oración signada en los rostros, el suspiro mantenido bajo el paso, los ojos emocinados que se vislumbran a través del capillo, continua "más no se haga mi voluntad, si no la tuya".
Suena un himno de homenaje al rey de la Vida. Cristo reza ante el silencio del murmullo.
Se acercan, cada vez están más cerca aquellos pasos que traen la ignominia.
Un coro de ángeles de clausura baja del cielo y le secan el mar de sangre que recorre su Santa Faz. Pañuelo bendito de fe y pasión. Amorosa entrega al Padre. Salud de esta sociedad descreída.
La mecida continúa su ascenso entre plegarias que acarician el olivo que cobija a Dios.
Un angel le consuela en Jarrería, cuando Cristo bebe el caliz de la Pasión y observa al fondo, como una visión que le muestra el Padre, su petrea imagen en el trono de la cruz redimiendo con su vida en este Golgota granadino que preside el Realejo.
Un crujir de antorchas cruza la noche. Cristo sabe que llegó la hora. Manos abiertas de bendición rezan su penúltima plegaria ante la próxima traición.
Al fondo suenan golpes de martillo y Santa María se levanta para iniciar el camino de su Amargura. Sus hijos la rodeamos en un rosario de penitencia, oración y esperanza.
"Santiago, Juan, Pedro. LLegó la hora".
(Fotos tomadas prestadas de mi amigo Antonio Cañizares)
Su templo, sus calles, sus murallas.
Sus ventanas parpadean al son del crepitar de una vela en unos casos, y en otros, son oscuros ojos que le miran desde el otro lado del monte arrepintiendose ya del destino que le ofrecen a su Rey. Las casas se derraman colina abajo como si fueran un reguero de lágrimas de una ciudad que llora al ver a su Señor sufriente. Lágrimas blancas que serpentean entre adobe y adoquín y no se agotan nunca.
Y recortando la silueta de una luna que revolotea su vestido de novia, el sagrado templo que le devuelve la mirada a Cristo. Casa del Padre que sufre ante su Hijo Amado.
Se oyen voces en la serenidad de la noche. Un grupo sale de Jerusalen y comienza a recorrer el viejo camino de Betania, el que transcurre por el monte de los olivos.
El murmullo llega a los oidos de Cristo como un latido en su interior. ¿Son tambores o es su sagrado corazón bombeando amor con fuerza?
Estrellas fugaces recorren su rostro y lo riegan de amargura.
Cristo cierra los ojos, inspira, y reza. Los vuelve a abrir y gira su rostro hasta descubrir a sus discípulos, a sus amigos, dormidos en la inocencia del que no sabe lo que ocurrirá en unos momentos.
Mira a su alrededor y se siente en el compás de un convento de clausura del Realejo. Ya no está solo. A su lado un reguero de anónimos discípulos en fila de dos rozan su sagrado trono buscando la luz y el murmullo de la calle.
Junto a Él su Madre llora y busca un pañuelo de cordora en tanto dolor. "La cruz, madre, la cruz. El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga", y al momento el latido se hace más y más intenso. ¿Son tambores o es su sagrado corazón bombeando amor con fuerza? Trompetas llaman al alba de la redención.
Un patio empredado de "Dios te salve" alfombra ahora el dolido huerto.
El presbiterio que besa sus pies se alza al cielo y comienza una suave mecida de aquellos tocados con pasión de arpillera y amor a Cristo.
Se mece el olivo al son del alma enamorada de Dios. Ramas que peinan el aire y bendicen Granada como hisopo de improvisado balanceo.
"Aparta de mi este cáliz" clama Jesús, y al ver a su pueblo compungido, el llanto derramado y retenido, la oración signada en los rostros, el suspiro mantenido bajo el paso, los ojos emocinados que se vislumbran a través del capillo, continua "más no se haga mi voluntad, si no la tuya".
Suena un himno de homenaje al rey de la Vida. Cristo reza ante el silencio del murmullo.
Se acercan, cada vez están más cerca aquellos pasos que traen la ignominia.
Un coro de ángeles de clausura baja del cielo y le secan el mar de sangre que recorre su Santa Faz. Pañuelo bendito de fe y pasión. Amorosa entrega al Padre. Salud de esta sociedad descreída.
La mecida continúa su ascenso entre plegarias que acarician el olivo que cobija a Dios.
Un angel le consuela en Jarrería, cuando Cristo bebe el caliz de la Pasión y observa al fondo, como una visión que le muestra el Padre, su petrea imagen en el trono de la cruz redimiendo con su vida en este Golgota granadino que preside el Realejo.
Un crujir de antorchas cruza la noche. Cristo sabe que llegó la hora. Manos abiertas de bendición rezan su penúltima plegaria ante la próxima traición.
Al fondo suenan golpes de martillo y Santa María se levanta para iniciar el camino de su Amargura. Sus hijos la rodeamos en un rosario de penitencia, oración y esperanza.
"Santiago, Juan, Pedro. LLegó la hora".
(Fotos tomadas prestadas de mi amigo Antonio Cañizares)
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