Desde hace unas horas descansa D. Miguel (como le llamaban los vallisoletanos) en el Panteón de hombres ilustres de la ilustre Valladolid, junto a otros genios como Zorrilla. Sus restos mortales se harán uno con la tierra que tanto amó, en la que nació, vivió y quería morir.
De forma muy apropiada titulaba hoy su portada La Razón "Ancha es Castilla" para despedirse del gran Miguel Delibes.
Lo primero que leí de Delibes era un fragmento que recuerdo a la perfección en un libro de texto de literatura con pasta naranjas. Junto a él se veía la imagen del claustro de Sto. Domingo de Silos con su ciprés erguido hacia el cielo en busca de eternidad. Se trataba de un retazo de 'La sombra del ciprés es alargada' del que tuve que realizar un comentario de texto.
El primer libro entero que me leí del maestro Delibes fue "Cinco horas con Mario", por obligación académica. Comencé a leerlo pensando en el tostón que debía ser un libro del que veintisiete de sus 29 capítulos son un soliloquio de Carmen ante el cadaver de su recién fallecido marido que durante 5 horas recuerda su vida en común. Sin embargo comenzé a saborearlo y a disfrutar con aquellas historias provincianas y aquella visión de las "dos Españas" narradas en un castellano genial por un castellano genial.
También leí por indicación del profesor de literatura "El príncipe destronado", que luego llevara al cine Antonio Mercero.
Hoy soy yo el que le pongo a mis alumnos textos de "Diario de un cazador" (para entroncar la lengua española con la asignatura de Cinegética) para prepararse a la Prueba de Acceso a Grado Superior, y conectan enseguida con el autor, dado que son de entorno rural la mayoría y muchos de ellos muy aficionados a la caza.
Es, junto a "las ratas", este un buen libro para entender el ecologismo de Delibes, donde también era un maestro. No se trataba de un ecologismo de pandereta, de ese "progre" o "pijo-ecologismo" del que tanto abunda ahora, por desgracia. No. Era un amor a la tierra del que es de la tierra. Amor al campo desde el campo. Entendía la caza y la pesca como un aprovechamiento forestal totalmente sostenible. Le encantaba la agricultura y la cinegética y desde ellas, desde el apego del hombre a la tierra que es sustento, entendía el ecologismo: "A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y , de preservar la integridad del Hombre y de la Naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral". Así, escribió una decena de libros cinegéticos, y todos sus libros estaban barnizados de ese ecologismo rural auténtico que prácticaba.
Era un hombre profundamente religioso, católico prácticamente y lleno de humanidad, y esto brotaba en muchos de sus libros. "El hereje", su última gran obra maestra y el último libro que leí de D. Miguel, tiene que ser leído y entendido desde ahí. Desde el prisma de un católico que busca la verdad y lucha contra la tiranía del radicalismo religioso, aunque haya sido propio. No se trata de un ataque contra nadie ni contra nada. Y el que lo lea con objetividad entenderá lo que digo.
Me sorprendió este verano ver, cuando pasamos un par de días en Valladolid, como las calles de esta ciudad estaban adornadas con citas de Delibes, en especial de "El hereje", al igual que en Sevilla encontramos citas de Miguel de Cervantes, para que recorramos la ruta de Cipriano Salcedo. Un reconocimiento en vida del gran homenaje que hace de esta histórica ciudad, su ciudad amada, en este libro.
Criticó también el caciquismo y la explotación de la gente del campo en la espléndida "Los santos inocentes" y atacó la política barata en "El disputado voto del señor Cayo" («Los políticos no nacen para servirnos, sino ordinariamente para servirse»).
De las declaraciones que he escuchado hoy, veo gran tristeza en los políticos de uno y otro lado porque no le hayan reconocido con el premio Nobel. Pero el mayor reconocimiento de este vallisoletano de pro es sin duda el que desde el día de ayer le están dando sus paisanos. Ese es el mejor de los premios que seguramente estará llenando de orgullo a Delibes en el día de hoy. Porque el otro, muy desgastado, marcado por criterios como el geográfico o cultural y muy politizado o sometido a determinados lobbies, se los tenemos que dejar ya a gente como Al Gore y Obama, que la eternidad, Delibes, ya la ha ganado con su obra, que será por la que se le recuerde, se le reconozca y se le aplauda. El Nobel hubiera sido una buena promoción de su obra y su universalidad, pero no aportaría nada más, porque todo lo demás lo tiene por sí sola la obra de Delibes.
Porque los premios los recibió casi todos, pero el mayor premio lo hemos tenido nosotros al tener en nuestra lengua a alguien como él.
Hoy Valladolid se hace más inmortal con la propia inmortalidad de Miguel Delibes. Valladolid, tierra de Felipe II, de José Zorrilla y de Emilio Ferrari. Ciudad que vio pasar a reyes y emperadores. Capital donde se forjó la España Imperial. Lugar donde se encontraba Miguel de Cervantes cuando se imprimió la primera edición del Quijote. Alojamiento de Quevedo y Góngora. Corte real e imperial. Ciudad del Pisuerga y el Esgueva. Donde murió Cristobal Colón y donde Magallanes firmó las capitulaciones de su viaje con el emperador Carlos V. Valladolid, siempre inmortal, ahora más aún con la eternidad de su hijo Delibes.
Y es que el maestro D. Miguel ha sido ese gran genio del castellano del siglo XX que hemos disfrutado también en el XXI. Alma de su tierra y corazón de España. Sentido del pueblo y eternidad literaria. Humanidad sentida y compromiso ético. Inventiva de nuestras letras y maestro del español.
Ese era y será siempre Delibes. Un humanista comprometido, desde la autenticidad pero no desde la artificialidad, con la busqueda de lo realmente importante, del hombre y su relación con la naturaleza y lo creado como su mayor meta. Un hombre sencillo pero lleno de sabiduría y maestria. Hombre de familia y humildad del genio. Ingenio del castellano y ejemplo de un pueblo.
Que sea nuesto mejor homenaje tomar entre nuestras manos un libro suyo y seguir defendiendo esta lengua tan grande que tenemos en España.
Descansa en paz, maestro Delibes.
De forma muy apropiada titulaba hoy su portada La Razón "Ancha es Castilla" para despedirse del gran Miguel Delibes.
Lo primero que leí de Delibes era un fragmento que recuerdo a la perfección en un libro de texto de literatura con pasta naranjas. Junto a él se veía la imagen del claustro de Sto. Domingo de Silos con su ciprés erguido hacia el cielo en busca de eternidad. Se trataba de un retazo de 'La sombra del ciprés es alargada' del que tuve que realizar un comentario de texto.
El primer libro entero que me leí del maestro Delibes fue "Cinco horas con Mario", por obligación académica. Comencé a leerlo pensando en el tostón que debía ser un libro del que veintisiete de sus 29 capítulos son un soliloquio de Carmen ante el cadaver de su recién fallecido marido que durante 5 horas recuerda su vida en común. Sin embargo comenzé a saborearlo y a disfrutar con aquellas historias provincianas y aquella visión de las "dos Españas" narradas en un castellano genial por un castellano genial.
También leí por indicación del profesor de literatura "El príncipe destronado", que luego llevara al cine Antonio Mercero.
Hoy soy yo el que le pongo a mis alumnos textos de "Diario de un cazador" (para entroncar la lengua española con la asignatura de Cinegética) para prepararse a la Prueba de Acceso a Grado Superior, y conectan enseguida con el autor, dado que son de entorno rural la mayoría y muchos de ellos muy aficionados a la caza.
Es, junto a "las ratas", este un buen libro para entender el ecologismo de Delibes, donde también era un maestro. No se trataba de un ecologismo de pandereta, de ese "progre" o "pijo-ecologismo" del que tanto abunda ahora, por desgracia. No. Era un amor a la tierra del que es de la tierra. Amor al campo desde el campo. Entendía la caza y la pesca como un aprovechamiento forestal totalmente sostenible. Le encantaba la agricultura y la cinegética y desde ellas, desde el apego del hombre a la tierra que es sustento, entendía el ecologismo: "A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y , de preservar la integridad del Hombre y de la Naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral". Así, escribió una decena de libros cinegéticos, y todos sus libros estaban barnizados de ese ecologismo rural auténtico que prácticaba.
Era un hombre profundamente religioso, católico prácticamente y lleno de humanidad, y esto brotaba en muchos de sus libros. "El hereje", su última gran obra maestra y el último libro que leí de D. Miguel, tiene que ser leído y entendido desde ahí. Desde el prisma de un católico que busca la verdad y lucha contra la tiranía del radicalismo religioso, aunque haya sido propio. No se trata de un ataque contra nadie ni contra nada. Y el que lo lea con objetividad entenderá lo que digo.
Me sorprendió este verano ver, cuando pasamos un par de días en Valladolid, como las calles de esta ciudad estaban adornadas con citas de Delibes, en especial de "El hereje", al igual que en Sevilla encontramos citas de Miguel de Cervantes, para que recorramos la ruta de Cipriano Salcedo. Un reconocimiento en vida del gran homenaje que hace de esta histórica ciudad, su ciudad amada, en este libro.
Criticó también el caciquismo y la explotación de la gente del campo en la espléndida "Los santos inocentes" y atacó la política barata en "El disputado voto del señor Cayo" («Los políticos no nacen para servirnos, sino ordinariamente para servirse»).
De las declaraciones que he escuchado hoy, veo gran tristeza en los políticos de uno y otro lado porque no le hayan reconocido con el premio Nobel. Pero el mayor reconocimiento de este vallisoletano de pro es sin duda el que desde el día de ayer le están dando sus paisanos. Ese es el mejor de los premios que seguramente estará llenando de orgullo a Delibes en el día de hoy. Porque el otro, muy desgastado, marcado por criterios como el geográfico o cultural y muy politizado o sometido a determinados lobbies, se los tenemos que dejar ya a gente como Al Gore y Obama, que la eternidad, Delibes, ya la ha ganado con su obra, que será por la que se le recuerde, se le reconozca y se le aplauda. El Nobel hubiera sido una buena promoción de su obra y su universalidad, pero no aportaría nada más, porque todo lo demás lo tiene por sí sola la obra de Delibes.
Porque los premios los recibió casi todos, pero el mayor premio lo hemos tenido nosotros al tener en nuestra lengua a alguien como él.
Hoy Valladolid se hace más inmortal con la propia inmortalidad de Miguel Delibes. Valladolid, tierra de Felipe II, de José Zorrilla y de Emilio Ferrari. Ciudad que vio pasar a reyes y emperadores. Capital donde se forjó la España Imperial. Lugar donde se encontraba Miguel de Cervantes cuando se imprimió la primera edición del Quijote. Alojamiento de Quevedo y Góngora. Corte real e imperial. Ciudad del Pisuerga y el Esgueva. Donde murió Cristobal Colón y donde Magallanes firmó las capitulaciones de su viaje con el emperador Carlos V. Valladolid, siempre inmortal, ahora más aún con la eternidad de su hijo Delibes.
Y es que el maestro D. Miguel ha sido ese gran genio del castellano del siglo XX que hemos disfrutado también en el XXI. Alma de su tierra y corazón de España. Sentido del pueblo y eternidad literaria. Humanidad sentida y compromiso ético. Inventiva de nuestras letras y maestro del español.
Ese era y será siempre Delibes. Un humanista comprometido, desde la autenticidad pero no desde la artificialidad, con la busqueda de lo realmente importante, del hombre y su relación con la naturaleza y lo creado como su mayor meta. Un hombre sencillo pero lleno de sabiduría y maestria. Hombre de familia y humildad del genio. Ingenio del castellano y ejemplo de un pueblo.
Que sea nuesto mejor homenaje tomar entre nuestras manos un libro suyo y seguir defendiendo esta lengua tan grande que tenemos en España.
Descansa en paz, maestro Delibes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario