"La vida interior es un baño de amor en que
el alma se sumerge"
San Juan María Bautista Vianney
San Juan María B. Vianney,
más conocido como el Santo Cura de Ars, era un humilde sacerdote que convirtió una pequeña
aldea como era Ars (de unos 300 habitantes), en lugar de peregrinación de toda
Europa para ir a escucharle, pero sobre todo para confesarse con él. Porque
desde que accedió a esta pequeña iglesia, su empeño no fue otro que el de lograr
a través de la Eucaristía, de la Confesión, de la oración, de la penitencia y de la
caridad, una vida interior plena que
acercara las almas a Dios y convirtiera los corazones, transformando la vida
externa de sus parroquianos.
Se trataba de un
hombre humilde, pero tan cargado del amor de Dios y de la necesidad de ser
auténticos de pensamiento, palabra y obra, que se hizo GRANDE a los ojos de
Dios y de los hombres. La importancia de alcanzar una Vida Interior santa. De
acercarnos a Dios con la oración, en la Eucaristía, de lavar nuestras “manchas”
en el sacramento de la Reconciliación, de meditar la Palabra y de convertir
todo esto en obras. Porque claro, nada puede dar quien no tiene nada. Y el que
no tiene “Vida Interior”, es muy difícil que pueda llevarla al exterior.
“Aquel hombre, por el que van pasando ya los
años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a
la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora,
se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano
y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias. Después
queda un rato a disposición de los peregrinos en el confesionario. A eso de las
diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las
once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima,
pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al
mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de
atender a las personas que solicitan algo de él. Dichas las vísperas y
completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la
tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas
de descanso sobre el duro lecho.”
Lamberto de Echeverría, El Santo Cura de Ars,
en el Año Cristiano.
Evidentemente la mayoría de nosotros somos laicos y Cristo no nos pide lo mismo que a San Juan María B. Vianney. Por eso es tan importante saber escuchar y ver que es lo que Cristo me pide a mí.
En cuaresma se pone especial énfasis en despojarnos de toda clase de externalidades, de que busquemos el acercamiento sincero con Dios, de que no descuidemos nuestra vida interior. Se trata de que en nuestra vida espiritual estemos también “en forma”.
En cuaresma se pone especial énfasis en despojarnos de toda clase de externalidades, de que busquemos el acercamiento sincero con Dios, de que no descuidemos nuestra vida interior. Se trata de que en nuestra vida espiritual estemos también “en forma”.
Jesús
nos propone en Cuaresma tres ejercicios seguros “para estar en forma”: Ayuno y
abstinencia (mortificación de todo aquello que nos sobra y nos ata a lo material impidiéndonos
ser libres), limosna (o sea, caridad
y desprendimiento para con el hermano) y oración (encuentro cercano y auténtico con cristo en
cada acto de nuestro día) (Evangelio del miércoles de ceniza: Mt 6, 1-6.16- 18). Y todo esto viviendolo con alegría. Porque el que asimila cuaresma con tristeza está totalmente confundido, como se desprende de la lectura del Evangelio. Porque todo lo que nos acerca a Cristo, desemboca en alegría.
Porque si vemos una
roca en un camino, rodeada de rosales y cubierta de rosas, hojas frescas y
emanando un dulce aroma… ¿podremos decir que está llena de vida? Y si
observamos una columna de mármol ricamente labrada por el que se enreda una
hermosa y vital planta de hiedra, ocultándola….¿Podremos decir que está llena
de vida? ¿O es la vida exterior la que nos esconde un corazón frio, duro, y sin
aliento?
No nos engañemos,
Dios mira directamente al interior del hombre, aparta a un lado la maleza, la
vegetación, los adornos y las externalidades y descubre un corazón desnudo y
humilde, lleno o no de vida. Ardiente en el amor de Dios por llevar una vida interior
cercana a Cristo, o frio, duro, inerte como esa roca o esa columna de mármol.
Les voy a contar un
cuento que escuché el otro dia en una charla:
“Había una vez un hombre al que
le encantaban los tomates. Andrés se dedicaba a ir por todos los lugares visitando
mercados, huertos e invernaderos buscando tomates de todo tipo de tamaño, forma
y variedad. Cuando encontraba uno que le llamaba la atención, por su sabor o su
aspecto, no dudaba en adquirir también la semilla, y la plantaba en sus
tierras. Tenía una finca en cuyo centro se situaba su casa y alrededor de esta
tenía numerosos huertos en cada uno de los cuales había una variante distinta.
Sin embargo, un día le regalaron un
tipo de tomate que nunca antes había visto. Tenía un brillo especial, un fresco
color y un olor excepcional.
Al morderlo una explosión de
sabor se extendió por su boca. Nunca antes había probado nada igual. Excitado
por tal hallazgo le preguntó dónde podría comprar sus semillas.
– Nadie lo sabe. Los traen de un lugar muy
lejano y desconocido, a través de varios intermediarios y mercaderes. Y el
origen último nadie lo conoce. No hay semilla conocida.
Pero desde el momento que
existía tendría que haber nacido de algún sitio. Y Andrés aquel año se propuso
destinar toda la superficie de su finca a producir esa nueva variedad. Aró todo
su terreno, y eliminó cuidadosamente todas las malas hierbas. Con el rastrillo
emparejó y desterronó lo arado, y finalmente midió las distancias a fin de
ubicar los surcos. De punta a punta trazó las líneas rectas como renglones de
un cuaderno.
Cuando tuvo todo preparado, comenzó la verdadera
tarea. Colocándose en la cabecera del primer surco, abrió con la punta del pie
un pequeño hoyo en la tierra, y metiendo la mano en la bolsa que colgaba de su
hombro, hizo ademán de sacar algo que simuló colocar delicadamente en el
hoyito. Luego se incorporó un poco, y con el borde de la zapatilla volvió a
colocar la tierra en su lugar, apisonándola suavemente con la planta del pie.
Y repitió todos los gestos habituales en
la siembra de tomates. Sólo que en esta especialísima circunstancia había un
detalle omitido: la semilla. Y así
recorrió toda la extensión del surco, y de la misma manera la de todos los
demás. Lo único que faltó fue la
semilla. Y bastó ese solo detallito para que aquel año Andrés se quedara sin tomates. Porque para
conseguir lo que pretendía, Andrés había ingenuamente creído que se le exigía
realizar todo el esfuerzo de la siembra, suprimiendo simplemente aquel
elemento.” Mamerto Menapace
Así
podemos ser nosotros, nuestras familias y nuestras Cofradías si descuidamos
nuestra Vida Interior. Podemos poner la mayor de las voluntades, como decía San
Ignacio, “ad maiorem Dei gloriam”.
Podemos volcarnos en nuestros actos, pregones, levantás, carteles y revistas
esta Cuaresma. Podemos ser lo más primorosos y exquisitos a la hora de preparar
nuestros besamanos, altares y pasos. Podemos poner la máxima atención y amor
para que en la Estación de Penitencia
todo salga a la perfección. Podemos buscar la mejor flor, la más fina
cera, el más embriagador de los inciensos. Y todo, todo esto para rendir el
mejor de los cultos a Cristo, para ofrecer al Señor el mejor de los altares,
para llevar su Imagen y su Palabra a todos los rincones de Granada y portar el
mensaje de la Pasión, Muerte y Resurrección
de Nuestro Señor. Pero si no cuidamos nuestra vida interior, seremos
como ese agricultor del cuento, que lo preparó todo de forma extraordinaria,
cuidando al máximo los detalles, pero le faltó lo más importante. Y a nosotros
nos pasará lo mismo. Si en medio de tanto preparativo no ponemos la semilla de
Dios en nuestra alma, no daremos el fruto necesario. Caeremos en un “activismo”
sin fruto, porque falta la espiritualidad interior.
Seremos
esa roca y esa columna rodeadas de belleza, pero frías e inertes en su
interior. O como el propio Cristo indica tajante en el Evangelio:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen
bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda
inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres,
pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.” Mateo
23,1-39
Que nos dejemos ayudar por
el ejemplo de tantos santos de la Iglesia que entregaron sus vidas para que los que le
rodeaban encontraran a Cristo en su interior y que desde la riqueza interior han construido un bello mundo
exterior a imagen del Evangelio.
Que nos acerquemos a Jesús a
través del dialogo cercano en la oración. Que nos llenemos con el pan de su
amor eucarístico, que busquemos su perdón en la confesión, y que derramemos
amor desinteresado entre nuestros hermanos. Y que preparemos en esta Cuaresma con autenticidad la Pascua, verdadero centro de nuestro año liturgico, para que Cristo haga brotar y dar fruto esa semilla que con esmero hemos preparado, sembrado y cultivado en nuestro interior.
Y que María Santísima, que guardaba en su corazón
todas las vivencias y palabras de su Hijo, nos ayude en esta hermosa tarea.