La Hermandad Pontificia y Real Cofradía y Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad y Descendimiento del Señor, la tradicional Cofradía de "Las Chías", con sede en el Monasterio de San Jerónimo, está de enhorabuena, y con ella toda Granada. Porque aunque esta Hermandad tenga un moderna refundación en 1925, su origen se remonta 450 años atrás, a 1561, año en que se fundó la primitiva Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad y Entierro de Cristo en el convento de Carmelitas Descalzas de Nuestra Señora de la Cabeza, en el edificio que hoy es el Ayuntamiento de Granada, convirtiendose en la tercera Hermandad de Granada, junto a la de Las Angustias y la de la Vera Cruz.
Para celebrarlo, la Hermandad ha organizado una serie de actos y actividades cuyo momento culmen, sin duda alguna, será la salida extraordinaria de Nuestra Señora de la Soledad de hoy sábado.
En 2010 tuve el honor de que el recordado y querido José Luis Clements (D.e.p.) me propusiera para presentar la revista Gólgota de esa Cuaresma, y que la Real Federación de Hermandades y Cofradías aceptara tal propuesta. Aquel número tenía por portada una mágnifica estampa de Nuestra Señora de la Soledad frente al impresionante retablo de San Jerónimo.
Desde la Lucerna, y uniendome a los actos de la Hermandad, y como homenaje a esta, quiero reproducir las líneas de aquella presentación de Gólgota en las que ensalzaba y mostraba aquella espléndida portada con tan bella estampa.
"Y quiero concluir con la instantánea de Nuestra Señora de la Soledad de San Jerónimo que brilla en la portada de esta revista. Y quiero concluir con este magnífico pórtico que nos ofrece Gólgota, extraordinaria imagen de Antonio Guzmán Úbeda, porque justo aquí, donde yo lo dejo, ustedes comenzarán a disfrutar de la revista que aquí presentamos ahora:
El Gólgota se queda a oscuras, llegó la hora marcada
la Virgen toma en sus manos, manos de amor enlazadas
los clavos que sujetaban al Hijo en su cruz alzada.
Sonó un silencio en el alma, y el alma quedó entregada
a un repicar de campanas, mudas de llanto y de calma
y mudas se van rezando, descienden sobre Granada,
junto a Dios muerto, donado,
Pasión y amor que se escapa,
de todo entendimiento humano.
¿No veis llorando en tinieblas, perlas a mi Madre amada?
¿No veis ese corazón partido, con esa daga clavada
que se sumerge en el alma, dando y sin esperar nada?
Sin más palio que este cielo, te quedas Soledad callada,
mirando cómo se llevan en un lienzo
tu heredad, tu Hijo, tu Dios, corazón,
amor que rompe lo humano
mientras te quedas rezando,
manos de amor enlazadas.
Los ángeles le han tejido, palio en dorado bordado,
y sus hijos le saludan con salves para confortarla.
El llamador se levanta, por Ella es esta llamada.
Madre de Dios, Soledad, Madre de Dios entregado.
Soledad, Reina Jerónima, Soledad, ¿perdiste a tu Hijo amado?
La noche sólo es un tránsito,
Cristo duerme entre tus sueños, volviendo resucitado.
Amor de Madre entregada, corazón de amor que brota
Sagrario de Cristo en tu alma, llaga que no se derrota
fe que en tu interior clama ,
en un rezo al corazón, en una lágrima ensoñada,
en una espina dormida, en unos clavos de plata,
en un rezo de esperanza, en una amargura dada,
en una mirada de fe, en un clamor que me empapa,
de tristeza y de pobreza, de confianza y de calma,
porque eres Madre de Cristo, Madre que en todo está dada,
tu vida, tu amor, y tu Hijo,
manos de amor enlazadas.
Soledad,
alma de amor que explota
Reina que en silencio queda,
a las puertas de este Gólgota."
Mi más sentida enhorabuena a la Hermandad y a todos su hermanos por esta conmemoración.
Me vais a permitir que en esta entrada no diga nada por mi parte (o casi nada). Acabo de leer el discurso de S.S. Benedicto XVI ante el Parlamento alemán en su reciente visita a su patria, y nuevamente me he quedado maravillado con la sabiduría de nuestro Papa. Quizás pueda parecer un texto en algunos momentos complicado para alguien no docto en el lenguaje jurídico (especialmente lo relativo al positivismo), pero es entendible por todos y merece la pena hacer un esfuerzo por leerlo. Se trata de un texto para leer despacio, para saborear y sacar conclusiones. En una época con tanta "indignación" contra la clase política y nuestra democracia actual, Benedicto XVI nos habla de qué es y qué debe ser un político. De cuales deben ser sus aspiraciones y sus ideales. Desgrana la diferencia entre "derecho verdadero y derecho aparente", y nos habla de la democracia verdadera. Y define lo que es justo de lo que no lo es. Interesantísimas las aportaciones sobre la "ecología del hombre" y sobre el "patrimonio cultural de Europa". Que lo disfruten tanto como yo.
"Ilustre Señor Presidente. Señor Presidente del Bundestag. Señora Canciller Federal. Señor Presidente del Bundestag. Señoras y Señores.
Es para mi un honor y una alegría hablar ante está Cámara alta, ante el Parlamento de mi Patria alemana, (...).
Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este importante momento? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? Nada pide de todo esto. Suplica en cambio: "Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal" (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser importante en definitiva para un político. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. "Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?", dijo en cierta ocasión San Agustín.
Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos que sean hombres. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.
Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En el siglo III, el gran teólogo Orígenes justificó así la resistencia de los cristianos a determinados ordenamientos jurídicos en vigor: "Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos…, con razón formaría por amor a la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley…".
Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil.
¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados en modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación.En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado en el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano. De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de este vínculo precristiano entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico del Iluminismo, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 "los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo".
Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido de la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo la razón y la naturaleza en su mutua relación como fuente jurídica válida para todos. Esta opción la había tomado ya san Pablo cuando, en su Carta a los Romanos, afirma: "Cuando los paganos, que no tienen ley [la Torá de Israel], cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos… son ley para sí mismos. Esos tales muestran que tienen escrita en su corazón las exigencias de la ley; contando con el testimonio de su conciencia…" (Rm 2,14s). Aquí aparecen los dos conceptos fundamentales de naturaleza y conciencia, en los que conciencia no es otra cosa que el "corazón dócil" de Salomón, la razón abierta al lenguaje del ser. Si con esto, hasta la época del Iluminismo, de la Declaración de los Derechos humanos, después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara, en el último medio siglo se dio un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término. Quisiera indicar brevemente cómo se llegó a esta situación. Es fundamental, sobre todo, la tesis según la cual entre ser y deber ser existe un abismo infranqueable. Del ser no se podría derivar un deber, porque se trataría de dos ámbitos absolutamente distintos. La base de dicha opinión es la concepción positivista, adoptada hoy casi generalmente, de naturaleza y razón. Si se considera la naturaleza – con palabras de Hans Kelsen - "un conjunto de datos objetivos, unidos los unos a los otros como causas y efectos", entonces no se puede derivar de ella realmente ninguna indicación que sea de modo algúno de carácter ético. Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza en modo puramente funcional, como las ciencias naturales la explican, no puede crear ningún puente hacia el Ethos y el derecho, sino suscitar nuevamente sólo respuestas funcionales. Sin embargo, lo mismo vale también para la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica. En ella, aquello que no es verificable o falsable no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Por eso, el ethos y la religión se deben reducir al ámbito de lo subjetivo y caen fuera del ámbito de la razón en sentido estricto de la palabra. Donde rige el dominio exclusivo de la razón positivista – y este es en gran parte el caso de nuestra conciencia pública – las fuentes clásicas de conocimiento del ethos y del derecho quedan fuera de juego. Ésta es una situación dramática que interesa a todos y sobre la cual es necesaria una discusión pública; una intención esencial de este discurso es invitar urgentemente a ella.
El concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual de modo alguno debemos renunciar en ningún caso. Pero ella misma, en su conjunto, no es una cultura que corresponda y sea suficiente al ser hombres en toda su amplitud. Donde la razón positivista se retiene como la única cultura suficiente, relegando todas las otras realidades culturales a la condición de subculturas, ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad. Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, mientras que todas las otras convicciones y los otros valores de nuestra cultura quedan reducidos al nivel de subcultura. Con esto, Europa se sitúa, ante otras culturas del mundo, en una condición de falta de cultura y se suscitan, al mismo tiempo, corrientes extremistas y radicales. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivista y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los "recursos" de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo.
Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada a la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? Recuerdo un fenómeno de la historia política reciente, esperando no ser demasiado malentendido ni suscitar excesivas polémicas unilaterales. Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar, porque se percibe en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones. Es evidente que no hago propaganda por un determinado partido político, nada me es más lejano de eso. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión sobre los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar todavía seriamente un punto que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana.
Volvamos a los conceptos fundamentales de naturaleza y razón, de los cuales habíamos partido. El gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen, a la edad de 84 años – en 1965 – abandonó el dualismo de ser y de deber ser. Había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia, la naturaleza podría contener en sí normas sólo si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Esto, por otra parte, supondría un Dios creador, cuya voluntad ha entrado en la naturaleza. "Discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vana", afirma a este respecto. ¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presuponga una razón creativa, un Creator Spiritus?
A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción sobre la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la consciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.
Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz.
Gracias por su atención."
Discurso de Benedicto XVI en el Parlamento alemán. 22 de Septiembre de 2011
¿Dices que estás solo? ¿Que no lo encuentras? ¿Qué no lo sientes? ¿Has buscado dentro de tí? ¿Has abierto las puertas y los cajones de tu interior?
Dios está tan cerca que te susurra al oido, que vibra en tu interior, que llama todos los días a tu puerta, que te pellizca el alma, que da calor a tu corazón. Sientelo.
¿No lo encuentras? ¿Piensas que te ha dejado? Somos nosotros los que no le abrimos, los que miramos a otro lado al pasar a su lado.
La puerta de nuestro interior no tiene pomo por fuera. Sólo se abre desde dentro. Cristo llama y llama y los ruidos de nuestra vida, las ocupaciones, los desordenes, la comodidad y la debilidad nos impiden escucharlo.
¿Quieres sentirlo? Cuando dudes, cuando te creas solo, cuanto te sientas abandonada, cuando no veas la salida pon la mano en tu pecho y escúchalo. ¿Lo sientes palpitar? ¿Sientes el latido de Su amor dentro de tí? En cada pulsación te exclama "Te quiero" "Estoy aquí" "Dentro de tí" "En los demás" "Te quiero" "Junto a tí" late su palabra en nuestro pecho una y otra vez.
Siéntelo. "pump, pump", "pump,pump". "Yo Soy", "Te quiero". Una y otra vez. No se cansa nunca de decirlo.
Donde mejor puedes encontrar a Cristo, es en el Sagrario, en los demás, en la Eucaristía y en tí mismo. Porque aquel que es todo Amor, late con fuerza en nuestro interior. Apartate del ruido. Escúchalo. Siente el latido de su amor en tu interior.
Cuanto mas nervioso, cuanto más necesitada, cuanto más angustiado, más rapido late tu corazón, porque más fuerte Cristo te repite una y otra vez lo mucho que te quiere, lo cerca que lo tienes, lo Vivo que te habla y que te escucha. Y más fuerte bombea por todo tu cuerpo su Fuerza y su Esperanza para que tú la sientas y saques fortaleza de donde no la tenías. Sientelo. Pon la mano en tu corazón y pídele esa fuerza que necesitas. Ahoga tu debilidad en su pecho.
¿Te sientes solo? Sumérgete en el silencio delante del Sagrario. Y allí, déjale que te hable. No le atosigues hablando tu solo. No apagues la conversación con tu monólogo. Deja que te hable en el silencio. Allí, ante el Sagrario sentirás ese latido maravilloso de vida y de esperanza en tu interior.
La oración, la oración es la llave que abre todas las puertas. "Hablame Señor, que tu siervo escucha".
¿Te sientes sola? ¿Te ves desamparado? Búscalo en el amor a los demás. Derrocha caridad y encuéntralo a través de los ojos de los que te rodean. En casa, en el trabajo, en la calle, en tus ambientes, en los que más lo necesitan. Está ahí, observandote a través de las pupilas del otro, y latiendo en su corazón para que todo el mundo lo sienta.
¿Lo sientes ahora? Ha estado ahí siempre. Sólo faltabas tú en esta historia.
Él siempre está ahí. Abre el pomo de tu puerta desde dentro. Siéntelo latir en tu vida, en cada circunstancia, en cada quehacer, a cada minuto.
Cuando quieras ponerte a buscarlo, como en el hijo pródigo, Él ya te está esperando, sonriente y con los brazos abiertos para abrazarte.