Decía Ortega y Gasset “a veces no sabemos lo que nos pasa,…. ¡Y eso es lo que nos pasa!”.
Es cierto. No saber lo que nos pasa, no buscar dentro de nosotros mismos, no buscar el origen de nuestra insatisfacción o de nuestras “alegrías” fugaces, es el primero de nuestros problemas. Es como si se nos avería el automóvil, y en vez de llevarlo al mecánico o mirar a ver qué tiene, lo aparcamos para siempre y dejamos pasar el tiempo, hasta que llegamos a olvidar que tenemos coche.
A menudo nos pasa eso en nuestra vida espiritual, personal y humana. No nos paramos a pensar qué nos pasa.
Leíamos en el Evangelio del pasado domingo la lectura de "Los discípulos de Emaús". Jesús se aparece a dos discípulos camino de Emaús. Ellos estaban llenos de sus propias inquietudes y no estaban atentos a lo verdaderamente importante, “estaban como incapacitados para reconocerle” (Lc 24, 16). Conocían y habían estudiado la Escritura, pero no la habían “ESCUCHADO EN SU INTERIOR”. Amaban a Cristo, pero no habían puesto toda su fe en lo que Él les había anunciado. Andaban tristes aunque Cristo ya había resucitado y estaba junto a ellos (Lc 24, 17). No habían sido capaces de ser trascendentes con sus vidas. Eran capaces de explicar perfectamente la vida y muerte de Jesús, pero incapaces de reconocerlo después de tanto tiempo a su lado.Cristo estaba en su conocimiento, en su inteligencia, pero no estaba en su vida.
A nosotros a veces nos pasa lo mismo. Dedicamos mucho tiempo a nuestra cofradía, al culto a Cristo y a la devoción a nuestra Madre. Fieles a nuestros ensayos de costalero, fieles a nuestros cultos y actos, fieles el día de nuestra salida, fieles a la misa dominical. Hacemos nuestra oración diaria y siempre, para lo bueno y para lo malo nos acordamos de nuestros Titulares. Y sin embargo vemos como nos falta algo. Algo más. No acabamos de ser felices del todo en nuestra Hermandad, en nuestro entorno, en nuestro trabajo, en nuestra vida.
Como María Magdalena, nos acercamos a Cristo pero en numerosas ocasiones no lo tratamos como a un Cristo resucitado (Jn 20,11-16). Nos sentamos a llorar frente al sepulcro mientras Cristo nos habla y no le escuchamos. “¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24,5-6).
A menudo a los cofrades nos falta encontrarnos con el resucitado, acercarnos a Él, caminar un buen rato junto a Él y escucharlo hasta dejar nuestro corazón embriagado con sus palabras.
Nos quedamos en la Pasión. Lo dejamos en el sepulcro y nos preparamos para la próxima Semana Santa. Pasamos de puntillas por la Pascua, y no llegamos a descubrir a Cristo resucitado en nuestro interior.
Y mientras, Cristo camino a nuestro lado. Nos habla de muchas formas, a través de los amigos, en los sacramentos, en la oración, en la mirada del que sufre, en la sonrisa del bebé, en determinadas lecturas, en las personas que nos quieren,…… y nosotros seguimos sin saber qué nos pasa. A veces nuestro orgullo apaga esa sensación y nosotros mismos decimos “No me pasa nada”.
Al acercarnos a Cristo, al abrir bien los oídos de nuestra alma, escucharemos lo que nos dice. Los discípulos de Emaús se sintieron trasformados tras la Eucaristía. Cuando Cristo partió el pan se les cayó la coraza de su corazón. “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba?” (Lc 24,32)
El encuentro con Cristo resucitado nos transforma, nos hace mejores, más felices porque entendemos la trascendencia de todo lo que hacemos, de nuestra vida y nuestro actuar. Somos Cofradías de Vida, no de muerte. Somos hermanos sobre la base de Aquel que tras partir el pan con sus amigos, se entregó en sacrificio vivo hasta una muerte de cruz, y que RESUCITÓ por todos nosotros para traernos la Salvación.
Debemos despojarnos del hombre viejo, y transformarnos en el hombre nuevo fruto de la conversión y la resurrección.
Una Cofradía llena de hombres nuevos, de hombres y mujeres que se sienten hermanos y que trabajan por el resto de los hermanos es una cofradía viva. Una Hermandad que pasa los días y los años mirándose el ombligo, y no mira y se encuentra en los demás, es una Cofradía "hojalatera", una cofradía en "vía muerta", una "Cofradía museo", sin vida interior, tan sólo apariencia. Una Cofradía que vive solo para un día al año es una cofradía con poco futuro. Porque el futuro de todo cristiano pasa por descubrir a Cristo resucitado, por encomendar todos sus actos al Espíritu Santo, por salir de sí misma y encontrarse en los demás.
Una vez leí esta historia: “En una sala un reconocido lector deleitaba a los demás recitando trozos de libros famosos. Un sacerdote estaba allí y en un momento de descanso le preguntó si podía recitar el salmo del Buen Pastor. El declamador le respondió: Claro que puedo y lo voy a declamar pero, como condición, después de que yo lo recite también usted lo hará. El sacerdote, extrañado por la propuesta, aceptó. La declamación del artista fue preciosa, entusiasta. Una lluvia de aplausos cerró su presentación.
Luego fue el turno del sacerdote. Declamó el mismo salmo 23, casi de memoria. Al terminar, no hubo aplausos, sólo un silencio muy grande, un silencio especial, diríamos espiritual. A algún ojo incluso se le escapó una lágrima. Pasados unos instantes el declamador se levantó y dijo: "Ustedes acaban de presenciar algo muy grande. Hubo una gran diferencia: Yo declamé extraordinariamente el salmo sobre el pastor porque sé utilizar muy bien las palabras y las formas, pero sólo él nos ha sabido transmitir la esencia del salmo, porque él conocía al Pastor”.
Podemos tener la mejor cofradía, ser los mejores en las formas y en la liturgia, ser perfectos en nuestros cultos y actos, extremadamente cuidadosos en el orden y en lo externo, pero sólo realizaremos nuestra auténtica labor como Cofradía y como cofrades, la de transmitir a Cristo y su mensaje de amor y de vida, si somos capaces de encontrar a Jesús resucitado en nuestra vida. De conocerle y de reconocerle a nuestro lado. De vivir para los demás.
Podemos ser como el poeta o como el sacerdote de la historia. Podemos simplemente servir para levantar el aplauso de la gente o para llegarles a lo más hondo del corazón y del alma con el ejemplo del cristiano que se ha encontrado con Cristo, que ha caminado a su lado y le ha reconocido.
Entonces SÍ, seremos Cofradías de Vida, COFRADÍAS VIVAS.
Que María Santísima nos ayude a alcanzar esta meta, difícil para nosotros pero con la ayuda de Cristo y de su Madre totalmente posible. Que su resurrección sea en nuestra vida, nuestra Victoria.